lunes, 12 de septiembre de 2011

11 AÑOS SIN CARLOS Y LA EXPULSIÓN DE ESPINO

JAVIER CORRAL JURADO

Hay un fenómeno en Acción Nacional que durante un tiempo me entretuvo en el análisis y que ahora vuelve a sacudirme a raíz de la expulsión que el TRIFE ha confirmado de Manuel Espino Barrientos de las filas de nuestro partido. Ese fenómeno es la difícil, compleja y a veces ingrata relación que el Partido desarrolla con quienes lo han encabezado en sus máximos órganos de dirección, tanto nacional como local. En cuanto terminan sus presidencias pareciera que el Partido los devuelve a hacer "cola" o simplemente los aleja.
En 72 años de vida política Acción Nacional ha tenido veintiún Presidentes de su Comité Ejecutivo Nacional, o lo que nosotros los militantes llamamos "jefes nacionales", desde Don Manuel Gómez Morín hasta Gustavo Madero Muñoz. Seis de ellos renunciaron al partido tras su presidencia, y uno acaba de ser expulsado en un proceso tan cuestionable, como la mismísima resolución del Trife que lo desincorporó del registro nacional de miembros. Me llama la atención también que no se haya producido una reacción interna como la que se suponía por lo menos entre los seguidores del creador del movimiento "Volver a Empezar", y ese silencio me preocupa. Y porque me preocupa, es que escribo éstas líneas.
Empiezo por hacer una precisión histórica, pues en el caso de las renuncias de los seis jefes nacionales que he documentado, tres de ellos también fueron candidatos presidenciales, las motivaciones son esencialmente ideológicas, programáticas, sobre los modos de participación electoral y en torno de la política de relación con el gobierno federal durante nuestra larga condición de principal partido opositor en México. Esas rupturas que cuestionan el modo de resolver la relación entre el PAN y los que fueron sus dirigentes, aunque dolorosas y de enorme pérdida intelectual, señalan la acendrada característica de esos hombres, de ideas muy firmes.
Al PAN lo dirigió en sus primeros diez años, de 1939 a 1949, Don Manuel Gómez Morín; Siguieron de (1949 - 1956): Juan Gutiérrez Lascuráin; (1956 - 1958): Alfonso Ituarte Servín; (1958 - 1962): José González Torres; (1962 - 1968): Adolfo Christlieb Ibarrola (1968 - 1969): Ignacio Limón Maurer; (1969 - 1972): Manuel González Hinojosa; (1972 - 1975): José Ángel Conchello; (1975): Efraín González Morfín; (1975): Raúl González Schmall; (1975 - 1978): Manuel González Hinojosa; (1978 - 1984): Abel Vicencio Tovar; (1984 - 1987): Pablo Emilio Madero; (1987 – 1993): Luis H. Álvarez; (1993 – 1996): Carlos Castillo Peraza; (1996 – 1999): Felipe Calderón Hinojosa; (1999 – 2005): Luis Felipe Bravo Mena; (2005 – 2007): Manuel Espino Barrientos; (2007 - 2009): Germán Martínez Cázares; (2009 - 2010): César Nava Vázquez y actualmente Gustavo Madero Muñoz.
Renunciaron al Partido Manuel González Hinojosa, José González Torres, Efraín González Morfín, Raúl González Schmall; Pablo Emilio Madero y Carlos Castillo Peraza.
Manuel Espino Barrientos fue expulsado. En otra ocasión compartiré los motivos de cada uno y su circunstancia en un texto que preparo sobre los Presidentes del Partido. He tenido el privilegio en mi vida de haber conocido o hasta ahora llevar una amistad con varios de ellos. Me procuraron cuando era muy joven, en correspondencia personal, ni mas ni menos que Don Alfonso Ituarte Servín y Don José Gonzalez Torres, a quien tuve el honor de recibir en mi casa de ciudad juarez; acompañé a Pablo Emilio Madero en su gira como candidato presidencial del PAN en 1982 en su gira por chihuahua cuando tenía 16 años. Cuando Don Luis H. Alvarez fue Presidente del Partido conocí a Abel Vicencio Tovar; Hice trabajo conjunto con José Angel Conchello. Fui amigo y colaborador de Carlos Castillo Peraza. Y de los que sobreviven, con la mayoría mantengo una excelente relación. Que hubiera dado por conocer a Adolfo Christlieb Ibarrola!!.
Confieso que un momento que me impactó mucho fue la renuncia de Castillo Peraza al partido. Lo recuerdo ahora, exactamente a 11 años de su fallecimiento. Después de ser uno de los más preclaros exponentes y referentes ideológicos de Acción Nacional, y sostener una militancia que vino desde la carpintería electoral hasta ser el máximo dirigente de la institución, a todo lo cual, en efecto, llegó “sin haber sido hijo de marineros, ni heredero de armadores, ni asignatario de navieros”, Carlos Castillo Peraza dejó el partido, y se concretó a la tarea intelectual que concibió como regreso a su ruta original: “consagrarme única y exclusivamente al trabajo que considero específicamente mío, durante el tiempo que Dios me conceda aún de vida”. Frente a los vientos fríos de los tiempos que vivía, el navegante decidió emprender “la ruta del solitario”.
Discutí con Carlos su renuncia al partido, sobre todo porque lo hacía en momentos en que la institución más lo necesitaba. La decisión estaba tomada y no había de qué preocuparse, no estaba molesto con la institución, pero había sentimiento con algunos de sus amigos a quienes reprochaba senderos de comodidad en la política y conductas de deslealtad. “Ahí lo dije, tu lo reproduces en tu artículo - me dijo -, por mi adhesión a los principios, seguiré siendo panista de alma y corazón, pero no de uniforme y credencial”.
Desde su posición de dirigente político enfrentó valientemente -quizá equivocado en el método, pero no en las causas-, los abusos del ejercicio periodístico y la impunidad de quienes se refugian en una pluma o un micrófono para descargar en otros sus fobias o filias. Tocó el tema tabú desde donde no se podía abordar, pero se desesperó en nombrarlo, y lo enfrentó de manera inconveniente.
Atizada su alma por los fuegos internos que le encendían su pasión por la literatura, por el periodismo, por el mundo de la filosofía, dijo verdades de a kilo que debieran servir para nuestra reflexión actual. Tienen razón los que dicen que, desde que se fue del partido y luego de esta vida, no ha encontrado substituto la fuerza de su discurso y la hondura de su reflexión.
Dos de los sucesos que marcaron la renuncia al partido, fueron su postulación como candidato del PAN a la jefatura de gobierno del Distrito Federal en el que los resultados electorales no fueron nada favorables, y el apropiamiento del partido del grupo pragmático que representó Vicente Fox.
Javier Sicilia, el mismo que ahora recorre el sur con su caravana del consuelo, escribió en Letras Libres: “pienso que Castillo Peraza dejó el pan y se retiró a la asesoría política y a la trinchera periodística por decepción ante el partido. El hombre que buscó el pluralismo y su rostro democrático, que se negaba a las soluciones fáciles, que buscaba un Estado fuerte y subsidiario, el hombre que había vivido con admirable fidelidad los principios de la Gaudium et spes, vio que la transición avanzaba en sentido contrario. Copado por un grupo de empresarios incultos, abierto a los peores intereses del capitalismo global, por una ultraderecha despreciable –dos de las tareas políticas que siempre combatió– y por militantes que habían hecho de los valores burgueses un supuesto espíritu del cristianismo, creyó ver o vio que el nuevo partido en el poder había traicionado los principios en los que siempre creyó y que estaban en la base del mejor panismo.”
El caso de la expulsión de Manuel Espino, es más polémico. Estoy consciente que Manuel provoca reacciones disímbolas entre el panismo y sobre todo airadas entre sus detractores. Durante mucho tiempo fui uno de ellos, cuando por lo menos la disputa interna tenía visos de confrontación ideológica o programática, y no como ahora que está reducida a una mera disputa por la repartición de puestos o posiciones en el partido, la pelea por las migajas. También conozco las reacciones entre los panistas que integramos, por decirlo de alguna manera, nuestra corriente afín, más cerca del solidarismo que de las posiciones de la derecha.
Hace tres años tuve una probadita cuando acepté presentarle a Manuel Espino su libro "Señal de Alerta: advertencia de una regresión autoritaria", en el Hotel Camino Real de la ciudad de Mexico. (La presentación completa se puede leer en http://www.javiercorral.org/index).
Y porque me parece que mantienen su vigencia, reproduzco algunas expresiones que dije entonces en aquella presentación: "Se puede comentar su texto sin que represente una claudicación en lo que he creído y por lo que he luchado. Advirtiendo que esto no es el inicio de una alianza dentro del partido al que pertenecemos. Ni tampoco un viraje mío o de Manuel hacía una corriente nueva dentro del PAN. Me causa risa que incluso se diga que me acerco al Yunke, que no necesariamente es la posición orgánica de Manuel".
"Ideológicamente no comparto muchas de las ideas y las posiciones de Manuel Espino. A él la gente, y no solo yo, lo ubican a la derecha del PAN y a mí a la izquierda. O mejor dicho conservador a él y a mí liberal. Acepté esta invitación motivado por la necesidad de discutir los asuntos públicos. Precisamente por eso son públicos, porqué son asuntos que atañen a todos y no solo a una cofradía política".
"Es decir espero que en el libro no se lea lo que no está escrito, ni de este acto se oiga lo que no se ha dicho. No se busquen interpretaciones ocultas ni mensajes indirectos. No es mi estilo prefiero mantenerme en lo que significan las palabras y en la transparencia de las intenciones. Esta aclaración la traigo a esta reunión porque en el momento que fue anunciado que yo sería uno de los comentaristas del libro de Espino, recibí algunos correos acusándome de traidor. Sí de traidor y aun no entiendo a quién le robé algo o a quién le entregué secretos del PAN. No entiendo que por leer y expresar mis puntos de vista de una lectura me vaya al lado del adversario. Y me convierta en enemigo de las causas por las que he luchado".
Lo reproduzco porque lo sostengo ahora de nuevo: esa forma de ver a la vida y a las personas está inspirada en una cultura de la eliminación, la que fue leit motiv del proceso contra Manuel Espino, más que un prurito disciplinario en el que, si se quería mandar el mensaje de un caso ejemplar, hay algunos personajes de mayor peso que le han sido desleales al Partido.
Me parece que esa visión es profundamente intolerante. Hija de la crispación que estamos padeciendo entre los partidos y al interior de los partidos. Creo sinceramente que este clima que padecemos lo ha ensanchado André Manuel López Obrador con su enfermiza y obcecada actitud diaria de insultar a todos los que piensan distinto a él. Pero lo más delicado, y ahí debiéramos preocuparnos, resultó que el terreno fue fértil en diversos lugares y momentos al odio, al abucheo y a la rechifla callejera. Que en el propio partido hubo espacio para la intolerancia.
La cultura del encono vive actualmente en los partidos, en los medios, en el Congreso. Y tarde que temprano lleva al linchamiento.
Vivimos lo que decía George Orwell que las sociedades personifican sus odios y frustraciones en seres concretos: los villanos favoritos. Toda la frustración que se sufre tiene un responsable. Todo el mal, aun este sea ajeno, es causado por alguien malévolo que desea la desgracia ajena. En el PAN, hay que decirlo abiertamente, Manuel Espino se convirtió en una especie de villano favorito, aun cuando no le fueran propios todos los males de los que se le acusa. Y ha pagado por ello. Me parece un error y una injusticia.
El antecedente es delicado porque es una expulsión que tiene como fondo el ejercicio de la libertad de expresión, la libre manifestación de las ideas; aun cuando así no lo reconozca plenamente el tribunal. La sentencia se basa, esencialmente en atribuir a Espino una conducta desleal y contraria al PAN, cuando a través de diversas declaraciones descalificó las coaliciones, que en efecto no comparto pero a lo que tenía derecho.
Dice la resolución: "La descalificación de los programas electorales y la obstrucción de los fines del partido no sólo ocurrieron en un momento que resultaba más lesiva para los intereses del colectivo, sino porque fue realizada por un militante que tenía el carácter de dirigente nacional que, además, era un expresidente nacional. La sanción impuesta corresponde con la gravedad de la falta, pues resulta proporcional, como lo estimó la responsable, a la gravedad de las conductas al dirigirse en contra de la finalidad principal del partido durante el proceso electoral, que es obtener el triunfo en la contienda con el mayor número de votos."
De acuerdo a Manuel Espino, "los reclamos de congruencia" no pueden catalogarse como factores determinantes para el triunfo o la derrota electoral en las elecciones en las cuales emitió sus declaraciones pues en ningún momento se acredita el despliegue directo o indirecto de ataques de hecho o de palabra a los principios, programas y dirigencia del partido, puesto que la oposición a las alianzas es una postura, no una crítica, lo cual, desde su punto de vista no entorpeció el curso de las campañas político electorales.

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