RICARDO BECERRA LAGUNA
No falta mucho, en realidad. Si se fijan bien, si comparamos con rigor el país de Sófocles y sus tragedias, está rodando por una trayectoria muy similar a la que siguió México, si bien 29 años después.
Llega a un límite su modelo de crecimiento y de bienestar, en buena medida por excesos gubernamentales, desorden financiero y bancario, deudas que crecieron exponencialmente y mucha corrupción. Por incorrecto que suene, todo eso no representaba ningún problema económico mayor, hasta que los famosos mercados cambiaron de humor, como consecuencia de la crisis universal que ellos mismos generaron (desregulación mediante).
Goldman Sachs volvió a mentir y lo que hacía aparecer como endeudamiento público sostenible, de repente, resultó ser superior al 100 por ciento del PIB griego. Goldman cobró por su mentira y puso pies en polvorosa, dejando a los bancos europeos –sobre todo alemanes- con la absoluta incertidumbre: ¿podrán pagarnos los griegos? Y para asegurarlo, zanahoria y garrote: pequeñas dosis de créditos de emergencia por parte del Banco Europeo y del FMI, con la condición de imponer violentos planes de austeridad. En respuesta, las familias helénicas han sacado de sus propios bancos 40 mil millones de euros el último año, lo que ha profundizado el cuestionamiento a la solvencia del país.
¿Qué ha hecho el gobierno desde hace un año y dos meses? De golpe, subir los impuestos; despedir a un millón 300 mil funcionarios; desaparecer un tercio de sus ayuntamientos; recortar al gasto público a toda velocidad –incluyendo infraestructuras y servicios médicos-, vender empresas públicas y muy especialmente, rebajar los salarios. ¿Les suena conocido?
A México le corresponde el dudoso mérito de haber sido la primera nación en la historia, que aceptó recibir un préstamo del FMI, Banco Mundial y el Tesoro Norteamericano a cambio del compromiso explícito de llevar a cabo un catálogo de “reformas estructurales”. Tras la crisis de endeudamiento en 1982 se impuso no solo la fórmula de austeridad, no solo la obligación de pagar el principal y sus intereses, sino un programa ideológico y económico completo: privatización, reorganización del sistema financiero, disminución de barreras arancelarias y finalmente, contención salarial como “la llave” para todo lo demás.
Así entramos a nuestra moderna era del estancamiento –hace 30 años- y es probable que Grecia esté inaugurando la misma historia, con un horrible catalizador: no tiene ese gran truco, el mecanismo de compensación que ayuda tanto en esos casos: política monetaria, es decir, no tiene moneda propia.
Nosotros, al menos tuvimos la buena fortuna de usar a nuestro peso para que con su devaluación, ayudara a las industrias exportadoras (que no eran muchas) buscando abrirse paso en el mercado mundial.
Con mucho mayor éxito, Suecia pasó por un vía crucis de shock, purga y austeridad en los noventa, pero lo hizo también con la inestimable ayuda de la devaluación de su corona, la que catapultó a una industria exportadora que de suyo, era ya diversa y madura.
Grecia no tiene, ni siquiera esa suerte. Atada como está a los mandatos del Euro, es decir a los mandatos del Banco Europeo (o sea de Alemania y Francia) su escapatoria de la crisis será mucho más lenta y dolorosa. En este año, el gobierno griego ha tenido que salir tres veces al balcón de las miserias para advertir a su pueblo –y de pasada, a los bancos europeos- que sin ayuda exterior sólo le queda dinero para pagar en octubre la nómina de maestros y médicos. Dicho de otro modo: la quiebra del Estado.
Pero Grecia no sólo no tiene moneda propia. Cuando la crisis mexicana de 1982, los principales centros financieros en Estados Unidos y Europa atravesaban un periodo de razonable normalidad y podían ofrecer dinero al paciente mexicano (a cambio de cesión de soberanía como ya vimos) pero la mayor tragedia helénica es que su implosión ocurre justo ahora, cuando los principales centros financieros del mundo atraviesan por sucesivas convulsiones crediticias y ellos mismos se hallan al borde de un abismo recesivo, con pocos recursos y ganas de prestar.
¿Y si Grecia se declara en bancarrota y grita al mundo de una buena vez que no puede pagar los 420 mil millones de dólares (el 140 por ciento del PIB) que debe el Estado? ¿por qué no? Por el súbito aislamiento a que sería sometida, por su enorme dependencia energética y al hecho de que no produce siquiera los alimentos suficientes para su propio abasto. Un dilema que vivió México primero que nadie en la posguerra, y luego América Latina (Argentina más dramáticamente, por dos veces), Tailandia, Rusia y ahora Irlanda, Grecia, Portugal y quizás, España.
Los resultados de estas crisis, ya tan típicas de la globalización financiera han sido diversos, pero creo que a los griegos con todo y su pertenencia a la Unión europea, y si tienen suerte, les acabará yendo como a los mexicanos, por esa doble mala suerte: no contar con política monetaria y no tener prestatario dispuesto a salvarla con un crédito fuerte, vasto, que le ayude a administrar en el tiempo el rigor del shock y el tamaño de la austeridad (¿en qué rayos está pensando el Banco Central Europeo?).
No es mi deseo para los griegos, por supuesto, pero con esos elementos sobre la mesa, Grecia se encamina a una depresión de varios años: con las mismas exportaciones valuadas en euros, menos salarios, mayor caída de la demanda, desempleo aún más alto, además de la completa pérdida de control sobre la dinámica de la deuda pública, es decir… el escenario mexicano de los años ochenta.
Aquella crisis originaria, condenó a una generación completa de mexicanos a vivir en un mundo inestable, con salarios permanentemente bajos y en un virtual estancamiento económico del que todavía no podemos escapar. Así, y vistas las muchas repeticiones aquí y allá, es posible entonces que lo nuestro no haya sido una anécdota, un signo de la mediocridad mexicana, sino que el estancamiento a largo plazo de unos países sea la condición de este tipo de globalización, precisamente porque su mito, porque lo que cree importante, es la fantasía de que se puede pagar, se puede garantizar solvencia sin resolver antes el crecimiento económico. Seguiremos con el tema
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