martes, 6 de septiembre de 2011

EL PROBLEMA Y SUS PROBLEMAS

JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ

En los días que corren, las noticias están dejando de serlo. Al leer los periódicos o al escuchar o ver los medios electrónicos, lo relevante de la información no es ya el hecho, sino la variación de su lugar de realización y de la cifra de muertos de los que se da cuenta. La diferencia entre un día y otro está en saber si los homicidios se dieron en un casino, en una prisión, en un retén o en un “encuentro”; si los fallecidos fueron tantos más o tantos menos que durante el día anterior. Las palabras van vaciándose y dejan de significar, pero, sobre todo, de evocar aquello que con su uso se lograba. Hablar de crímenes y calificarlos (terribles, horrendos, dantescos, etcétera) está empezando a dejar de tener sentido.
Hacer listados de palabras para describir los hechos o recurrir a imágenes de contenido crecientemente violento está produciendo efectos sociales no deseados. El primero es la pérdida de conciencia de lo que se ve o escucha. El consumidor de noticias lo sigue siendo, pero deja de darle magnitud a lo que consume. Los hechos violentos dejan de tener sentido hasta convertirse en cotidianidad. La percepción parece ser que hay lo que hay, y que nada puede hacerse para remediarlo, pero hay que conocerlo. Un segundo problema se da con quienes no quieren enterarse más de lo que sucede en materia de violencia, pero como ésta todo lo engloba, terminan por no querer enterarse de nada. Lo que hay es lo que hay, no puede remediarse y no es necesario conocerlo. En tercer lugar, y para quienes las palabras siguen significando algo, su uso, su reiteración, generan o pueden generar una condición prácticamente monotemática, como si la violencia fuera el único (o casi el único) elemento de la realidad respecto del cual vale la pena reflexionar.
Lo peligroso de estas formas de proceder en segmentos cada vez más extensos de la población es que se está provocando un enorme y peligroso reduccionismo de los campos social y político. Paralelamente, se está permitiendo una amplia y poco controlada operatividad en ellos y, particularmente, en el ámbito económico.
Al concentrarse el objeto noticioso en la violencia, el imaginario colectivo en mucho queda atrapado por él. Lo preocupante no es hablar del tema, pues desde luego requiere entenderlo para actuar mejor a como lo venimos haciendo. Lo que resulta cuestionable es dejar de hablar de todo lo demás.
Si lo vemos desde el punto de vista de la dominación o de las hegemonías, al hablar sólo de la violencia, de su dolorosa numeralia, callamos en todo lo demás. Supongamos que en los años siguientes se vence a la delincuencia organizada de manera radical. En ese momento será mucho lo que habrá que construir. Temas como adecuada representación política, acciones públicas admisibles, modelos de tributación, formas de construcción ciudadana, intervención estatal, pacto federal, control de poderes privados, inserción nacional en el mundo o adecuada educación, por abreviar, tendrán que ser resueltos en ese momento. ¿Vale la pena esperar “la victoria” para comenzar a enfrentar lo que resulte de la “guerra” que estamos sufriendo?
Una visión táctica, que no estratégica del problema, es subordinar todo a la consecución de la victoria, no sólo por parte de las autoridades, sino también por la sociedad. Así, una vez ganada la “guerra”, comenzaría la reconstrucción. El equívoco parte aquí, claramente, de la utilización del término guerra y de la necesaria dirección que impone entre ganar o perder.
Una visión fáctica y, simultáneamente, estratégica del asunto consiste en entender que la realidad en la cual se actúa se está modificando completamente con motivo de las mismas actuaciones guerreras. Aquello que haya de “encontrarse” al final de la “guerra” no será únicamente la paz, sino una sociedad, un Estado, una economía, unos símbolos, unos dolores completamente nuevos y, en modo alguno, reducibles a una perfecta y pura paz. Si estamos en un proceso de “guerra” (no discuto aquí este aspecto), más vale acompañar tan peligroso intento con las reflexiones más amplias posibles acerca de todo lo que resulte posible hablar. No sea que por no hacerlo al final del proceso nos encontremos con una paz (¿romana?, ¿porfiriana?) que se limite a la eliminación de la guerra y no resulte como ahora la estamos imaginando.

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