jueves, 15 de septiembre de 2011

MEXICANOS AL GRITO DE GUERRA

JULIO JUÁREZ GÁMIZ

La frase no es mía aunque la he entonado miles de veces desde mi más tierna y patrióticamente maleable infancia. Según el visionario González Bocanegra, al alarido le seguiría tomar la espada y cargar a caballo contra lo que se ponga enfrente mientras los cañones hacen temblar la tierra. Llámele usted suerte, coincidencia o nefasto destino pero hoy el himno nacional define con habilidad premonitoria nuestra identidad mexicana dentro de la lógica de la guerra y la violencia. Niños que hoy por la mañana entonarán estas frases en su escuela, recreando su significado, mientras que varios de sus compatriotas harán lo propio para defender territorios invisibles en las calles del país. Los fierros serán otros, más letales y posiblemente adquiridos a algún contrabandista gringo, pero el sentido será el mismo: defenderse de la pretendida amenaza extranjera.
A partir de la guerra contra los Estados Unidos en 1846 y la consecuente pérdida de un tercio de nuestro territorio, humillación para algunos equiparable a la derrota del Tri en el mundial de Corea-Japón en 2002, nuestros vecinos también se agandallaron la propiedad exclusiva del ‘extraño enemigo’ al que con fijación neurótica se refiere nuestro himno. A menos que alguien piense en un puñado de españoles realistas o avariciosos franceses cuando escucha estas líneas.
Es por ello que nuestros destinos, el del villano eterno y su reiterada víctima, van unidos más allá de la lírica nacionalista. Una parte importante del ‘estado de guerra’ que se vive en varias zonas del país está asociada con lo que ha pasado en Estados Unidos, como es el caso, haya dejado de pasar. Y no es la primera vez que escucho esta hipótesis: el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 a las torres gemelas en Nueva York distrajo la atención del gobierno estadounidense de la creciente amenaza del crimen organizado en México. Hoy recién cumplida una década de negación.
En su descenso a los infiernos en pos de las barbas del multicitado terrorista musulmán (y todo al que se le pareciera), los estadounidenses abandonaron a su suerte el tráfico de armas de su país hacia el nuestro y el de las drogas del nuestro hacia el suyo. La idea de restituir el orden mundial descolgó de sus prioridades atender la reagrupación organizacional de los cárteles de la droga mexicanos. Como en la última imagen de un libro vaquero, Chente vio partir a ‘Papa Bush’ hacia el Medio Oriente con una profunda sensación de abandono. The End.
Años después, la consolidación de grupos de sicarios como nuevos administradores del trasiego de drogas de sur a norte sacudió a los americanos que apenas despertaban de su guajira alucinación punitiva. Mientras jóvenes soldados de Alabama y Wisconsin eran apostados en Kabul, y Tikrit, el rio Bravo tiñó sus aguas de un rojo muy distinto, resultado de un nuevo tipo de violencia criminal. La médula de esta hipótesis es que pasamos de la era de los carteles administrativos, enfocados al negocio, a la de las células de violencia aleatoria, dispersas por la irracionalidad criminal. En otras palabras, que el tráfico de drogas dejó de ser un negocio y empezó a ser utilizado como un simple pretexto para encausar un comportamiento psicótico.
Pocas frases más lapidarias para este despertar americano que la acuñada por ese pantagruélico ícono de la televisión estadounidense, Tony Soprano: cuando la mierda se estrella en el ventilador. Diez años pasaron ya desde la barbarie terrorista que esparció de un soplo toneladas de ceniza por Manhattan. Como el cliché hollywoodense del torpe iniciado que estornuda sobre las líneas de coca en la fiesta de su fraternidad universitaria. Es tan cool meterse algo, rezaría el establishment californiano, que cómo no va a desentonar la barbarie de los cárteles frijoleros al no alivianarse en este juego. Pinches mexicanos revoltosos, tómenlo con calma!
Y es en ese contexto en donde gritamos un año más las frases noveladas del cura Hidalgo: ¡Viva México! Un año más en donde los mexicanos andamos a la defensiva. En una modalidad muy de qué me ves. Señalando las cosas que los gringos dejaron de hacer y callando las omisiones en suelo propio. Al borde de irnos a la guerra a la menor provocación porque los hijos de esta patria nacieron soldados todos.
Un año en donde, nuevamente, el grito del 15 se ahoga en los lamentos. Una ceremonia que, pasados los deslucidos festejos bicentenarios, huele a urna electoral, tiene forma de casilla y sabe a tinta indeleble. En los dos lados del río Bravo.

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