Un domingo del otoño de 1977, en Darien, Conn, me despertaron mis hijos alborozados, decían haber visto a un personaje extraño que dormía en una recámara de la casa. Era Carlos Rico, con su abundadísima barba y su escaso pelo. A él le hizo mucha gracia que lo compararan con uno de los siete enanos de Blanca Nieves. Habíamos iniciado una sólida amistad desde 1975, cuando se celebró la Conferencia de la Mujer, y trabajamos juntos, él, Carmen Moreno y yo a las órdenes de esa funcionaria tan capaz que es Aída González Martínez. Era imposible regresar a dormir a nuestras casas en Coyoacán, y Carlos puso su combi para que allí descansáramos las pocas horas que nos dejaba el trabajo en esa polémica reunión. Años después, Carlos nos visitó en Irlanda y fuimos a algún pub, quedó asombrado de la forma en que los parroquianos cantan el himno nacional republicano en punto de las 11 pm y le platiqué de mi sólida amistad con Jerry Adams, líder del Sinn Fein, y mis visitas a Belfast a su casa de seguridad y las de él a la Embajada de México en Dublín, el cuerpo diplomático se informaba del proceso de paz. Se veía identificado con esa causa, quizá por razones familiares. Antes habíamos compartido mesa en varios debates en la Universidad de California (San Diego), a convocatoria de Wayne Cornelius para examinar temas fronterizos, él como académico y yo como cónsul general en esa ciudad. Antes de conocerlo había sabido de él como un excelente catedrático en el Colegio de México. Sus textos eran sólidos, eruditos e irreprochablemente nacionalistas. Eso lo llevó a Tlatelolco en 1975 y ocupó la única oficina del piso 20 de la torre y sirvió muy eficazmente al licenciado Rabasa. Su ingreso en el SEM fue muy posterior. Pero esas líneas de coincidencia ideológica y humana se fueron, desgraciadamente, diluyendo en épocas recientes. Todavía recuerdo haberle mandado un saludo cuando vivió graves momentos en Tel Aviv; el Herzbollah lanzó fuego tupido en el norte de Israel y yo sabía lo que era una guerra, la de El Salvador (1989-1992).Regresé a México en 1997 y ocupé con el embajador González Galvez su cargo por un breve periodo. Luego, la injuria y la infamia corrió por los corredores de nuestra casa, y Carlos, hombre excepcionalmente inteligente, cayó en la trampa.Pensé que eso era pasajero, que pronto sabría la verdad de los hechos, incluyendo el irrecusable triunfo jurídico y que me buscaría, pero no sucedió así. Cuando llegó a la Subsecretaría para América del Norte, lo busqué, la puerta y el teléfono no respondieron. Era sólo para felicitarlo. Sin embargo, pensé que iba a ser una garantía en la defensa de nuestros intereses. No fue así. Se deslizó por la línea dominante de Los Pinos -la supeditación absoluta a los intereses del Imperio-, y aquella cabeza tan inteligente se plegó, como otros, a espíritus mediocres, sin concepción clara de cómo aplicar nuestros principios rectores en hora tan definitiva, prefiriendo renunciar a ellos lastimosamente. Nunca pude coincidir con Carlos en la defensa del Plan Mérida, que es una abdicación de soberanía en una lucha que está perdida, porque lo que requiere es la inteligencia. No avanzamos un ápice en la ley migratoria, y lo que es más grave, a más de tres años, Calderón no ha pisado la Casa Blanca para entrevistarse con el presidente Obama. ¿Por qué el silencio culposo al beneplácito de un embajador conocido por su pasado intervencionista y anticubano? Los mexicanos siguen exigiendo un mejor trato en los consulados, no en la publicidad, y los migrantes respeto a los derechos humanos, no en la televisión. Todo lo que funciona es el comercio para el beneficio de un socio, cuyas oficinas ya están aquí, y ahora estamos ante un éxodo masivo de trabajadores a México que también incidirá en las remesas.Carlos, amigo fraterno, comprendo que tu tarea era mayor a tus capacidades y a las voluntades hegemónicas, pero para qué servir en tales términos. ¿Por qué poner esa brillante página académica y diplomática al servicio de la reacción? Sé que no ambicionabas el cargo y sé de tu integridad. Entonces ¿qué pasó? Nos dejas con una laguna de dolor por tu falta temprana, por las numerosas y sabias lecturas escritas por un hombre comprometido. El trienio fue el pecado.Tiempos llegarán, amigo, ya buscaremos la fórmula para trasmitirte lo logrado por la izquierda, la de Carlos Rico Galán.¡Descansa ya ahora en tierra nuestra!
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