lunes, 7 de diciembre de 2009

'PRIMERA PRIORIDAD' O EL HILO NEGRO

LORENZO MEYER

El combate a la pobreza, como prioridad del esfuerzo nacional, fue propuesto hace casi dos siglos. Lo que ahora importa es el cómo
Descubrimiento
La semana pasada Felipe Calderón aseguró que en los "largos tres años" que aún le quedan al frente del Poder Ejecutivo -en las actuales circunstancias ese trienio es un tiempo enorme- la "primera prioridad" -así lo dijo- de su gobierno será "enderezar el rumbo social" y "erradicar la pobreza", tarea que no sólo es factible sino también una obligación ética. Y bien podría añadirse que es además indispensable para impedir que se acelere la descomposición social.
La idea misma de comprometer el grueso de la energía en combatir las causas y paliar los efectos de la pobreza es loable. Sin embargo, al examinar el contexto en que se lanza, la propuesta ya no es tan positiva y clara. En primer lugar, porque el ofrecimiento viene de quien hoy encabeza políticamente a la derecha mexicana y desde hace siglos han sido justamente las conductas de esa derecha una de las causas que explican la persistencia de la extendida y aguda pobreza mexicana.
En segundo lugar, porque en los tres años que Calderón lleva al frente del Poder Ejecutivo su agenda ha tenido otras prioridades y es apenas ahora, cuando la agenda original ha fracasado, que "Los Pinos" descubre algo que ha estado ahí desde siempre como uno de los obstáculos -quizá el más importante y evidente- para que México pase, finalmente, de la sociedad creada como colonia de explotación a inicios del siglo XVI -donde su esencia era un ejercicio del poder que permitiera la explotación sistemática de los muchos por los muy pocos- a una auténtica nación moderna donde la solidaridad social se exprese objetivamente en políticas destinadas a eliminar la marginación y sus duros efectos.
'Por el bien de todos, primero los pobres'
El combate a la pobreza como "primera prioridad" ya lo había propuesto en su campaña electoral Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Sin embargo, por esa propuesta, centro de la plataforma política de la izquierda, AMLO fue calificado por la derecha como "mesías tropical", como "un peligro para México" y tratado en consecuencia: impedirle llegar a la Presidencia "a como diera lugar". Por esa propuesta, tan sensata como factible y útil incluso para los intereses de la burguesía -una de las razones del éxito del presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su país, Brasil, es la prioridad que efectivamente le ha dado al combate a la pobreza-, toda la derecha mexicana se lanzó para aplastar a AMLO, incluso si eso implicaba destruir la credibilidad de aquello que apenas estaba naciendo: la confianza en las instituciones electorales.
Por impedir el paso a una izquierda moderada -más cercana a esa que hoy gobierna lo mismo en Brasil que en El Salvador o Uruguay y muy alejada de la que está en Venezuela- quienes apoyaron a Calderón en 2006 se negaron a transitar por ese camino ya muy probado como benéfico. En España, por ejemplo, la democracia política echó raíces fuertes gracias a que la derecha y los militares franquistas aceptaron en 1977 entregar el poder -porque los electores así lo decidieron- a una derecha democrática encabezada por Adolfo Suárez, y esta derecha, tras capear con éxito el intento de golpe militar de 1981, no se resistió a entregarlo a los socialistas de Felipe González para que éstos, a su vez, al cabo de años se lo retornaran a la derecha de José María Aznar que, a partir de la elección del 2004, se vio obligado a devolverlo a los socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero. Durante todos esos cambios nada le pasó a la gran burguesía.
No hay duda, al final del siglo XX, la derecha española se sobrepuso a sus instintos y actuó de manera inteligente y hoy tiene un país con problemas pero viable. La derecha mexicana, en cambio, actuó de manera opuesta y hoy tiene entre manos lo que todos tenemos: un fracaso.
La primera 'primera prioridad'
Tras asumir el poder vía el "haiga sido como haiga sido", Calderón se propuso adquirir una imagen que cuadrara con la visión política conservadora: la de un Ejecutivo duro, del tipo no nonsense. De ahí su decisión de (mal) ponerse el uniforme de general de cinco estrellas y proceder a movilizar al Ejército en una guerra contra los narcotraficantes. Sin embargo, como el mercado del narco está fuera de nuestras fronteras y sigue sin cambiar su naturaleza desde hace medio siglo, esa actividad ilícita mantiene sus recursos. Las cifras de los ejecutados en la lucha entre y contra el narco siguen sin abatirse -este año ya superó las 5 mil 207 muertes del año pasado (Reforma, "ejecutómetro" 2009)- y la posibilidad de éxito en este sexenio en este rubro es tan baja que ya se ha declarado imposible (véase al respecto el análisis de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda en El narco: la guerra fallida [Punto de Lectura, 2009]).
Al fracaso de la lucha contra los cárteles de la droga se debe agregar el que entre 2006 y 2008 la cifra de mexicanos que padecen pobreza alimentaria pasó de 14.4 a 19.5 millones, y la de aquellos en condiciones de pobreza de patrimonio pasó de 44.7 millones a 50.6 millones. En tales condiciones no es de extrañar que hoy el gobierno desee cambiar la naturaleza de su agenda aunque ello implique adoptar la de su adversario. Ahora bien, la gran pregunta es ¿cómo le va a hacer para crear los empleos y mejorar rápidamente la calidad de la educación que los pobres necesitan para salir permanentemente de su miseria? El programa "Oportunidades" requiere mayores recursos, pero en cualquier caso sólo sirve para paliar los efectos de la pobreza, no para eliminarla.
Una historia añeja
Es posible, aunque dudoso, que una lectura a tiempo del libro de Julieta Campos ¿Qué hacemos con los pobres? La reiterada querella por la nación (Aguilar, 1995) le hubiera ayudado a Calderón y a los suyos a poner el combate a la pobreza como "primera prioridad" desde el inicio. Además del conocimiento hace falta la sensibilidad y la voluntad de atacar un problema mayúsculo.
Un problema tan viejo como el país
Si alguien sigue la triste historia que hace tres lustros y en 688 páginas narró Julieta Campos, se dará cuenta que en 1813 Morelos propuso que el Congreso dictara las leyes "que moderen la opulencia y la indigencia"; en la práctica eso significaba algo ya dicho: que "entregaran los justicias las tierras a los pueblos para su cultivo". La derrota de Morelos frustró ese primer proyecto nacional de redistribuir la riqueza.
Algunos liberales destacados se preguntaron, como lo hizo Ignacio Ramírez en octubre de 1875, "¿Qué hacemos con los pobres?". Una respuesta la había dado Ponciano Arriaga en su voto particular sobre el artículo 27 de la Constitución: poner en práctica lo sugerido por Morelos, pues "Mientras pocos individuos están en posesión de inmensos e incultos terrenos... un pueblo numeroso... gime en la más horrenda pobreza, sin propiedad, sin hogar, sin industria, ni trabajo...".
Tras el estallido de la Revolución Mexicana, el proyecto de ley agraria de los zapatistas redactada por Manuel Palafox en octubre de 1915, señaló: "La Nación reconoce el derecho indiscutible que asiste a todo mexicano para poseer y cultivar una extensión de terreno", de ahí el derecho a expropiar "todas las tierras del país". Los pasos siguientes fueron el artículo 27 de la Constitución de 1917 y la gran reforma agraria que emprendió Lázaro Cárdenas en su sexenio (1934-1940).
Vuelta a empezar
Siglo y cuarto después de haber formulado Morelos su propuesta agraria, Cárdenas la llevaría a la práctica, pero ya era tarde. Justamente entonces México empezó a industrializarse, a urbanizarse y la tierra -la actividad agrícola y ganadera- dejó de ser el motor de la economía. La Revolución había privilegiado a los sindicatos, pero ni entonces ni ahora esas corporaciones cobijaron a la mayoría de los trabajadores. La nueva concentración de la riqueza tuvo poco que ver ya con latifundistas y mucho con industriales, banqueros, comerciantes, especuladores urbanos, etcétera. La "aristocracia sindical" más o menos mantuvo lo ganado pero el grueso de los mexicanos quedó desprotegido, especialmente cuando desapareció el "desarrollo estabilizador" y llegó la ola globalizadora, que redujo al mínimo la capacidad -y la voluntad- del Estado para redistribuir el ingreso y proteger a las mayorías. El resultado lo vemos ahora: el 20% más afortunado de los mexicanos dispone del 59.1% del ingreso en tanto el 20% más desafortunado tiene que arreglárselas con el 3.1% (The Economist Intelligence Unit).
En conclusión
Entre mayor el número de marginados menor la esencia de México como comunidad nacional y mayor el peligro de vivir en una sociedad fallida. Primero los pobres debió y debe ser la razón de nuestro esfuerzo político.

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