CIRO MURAYAMA RENDÓN
La bruma que empaña nuestra discusión pública permitió que pasara desapercibido uno de los datos económicos y sociales más relevantes de la realidad mexicana actual: México superó los 50 millones de trabajadores en activo al cerrar 2011, tal como informó INEGI a partir de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
Que contemos con 50 millones de trabajadores es, por un lado, una noticia magnífica para la economía mexicana. Como el trabajo es un factor productivo, nuestro potencial de crecimiento económico se encuentra en un máximo histórico: tenemos en abundancia capacidad humana para generar riqueza. Si acaso, una decena de países más en el mundo pueden tener la ventaja de disponer de tal cantidad de población en edad y disposición de trabajar. Además, en términos históricos, nuestros trabajadores están mejor capacitados, preparados y son más sanos que en toda etapa previa: la escolaridad promedio ha crecido, también el número de profesionistas y avanzan los indicadores básicos de salud. Por supuesto, hay problemas graves en la calidad del sistema educativo, pero al día de hoy hay más trabajadores preparados en diferentes campos y capacitados para hacer las más diversas tareas productivas que en cualquier otro momento.
50 millones son más que el volumen total de la población que tenía el país en 1970, y más de cuatro veces el tamaño de la oferta laboral de entonces.
De los 50.2 millones de personas que conforman la Población Económicamente Activa del país, 47.8 millones están ocupadas y 2.4 millones en el desempleo.
En la industria se emplea uno de cada cuatro mexicanos (23%); en las actividades primarias labora el 14 por ciento de la población (lo que refleja la ínfima productividad del campo, que concentrando tal porcentaje de trabajadores aporta apenas un 5% del PIB), mientras que en el sector servicios se ubican seis de cada diez trabajadores (62%).
En lo que toca a la posición en la ocupación, 65% (33 millones) son trabajadores subordinados, por lo que la enorme mayoría del empleo se sigue estructurando alrededor de relaciones laborales tradicionales entre patrón y empleado. Poco más de una quinta parte de los trabajadores es por cuenta propia (22%), y sólo el 4.7% son empleadores.
Acompañando la gran cifra de los 50 millones de mexicanos deseosos de contribuir productivamente a la economía, hay datos que revelan lo mal que se aprovecha tal oportunidad, pues la calidad del empleo es sumamente precaria. Del total de trabajadores, apenas un 30% está adscrito al Seguro Social. El 45% gana hasta tres salarios mínimos (menos de 180 pesos diarios). Uno de cada diez trabajadores (9%) no tiene ingresos y el 13% percibe menos de un salario mínimo. El 16% gana entre tres y cinco salarios mínimos. En el extremo superior, que puede considerarse de un ingreso adecuado, apenas se localiza al 8% que gana más de 5 salarios mínimos. Así, sólo uno de cada 12 trabajadores tiene una remuneración que supera los ocho mil setecientos pesos al mes.
Otro dato relevante es que el 27% de los trabajadores mexicanos labora más de 48 horas a la semana, lo que indica que más de una cuarta parte ha de extender la jornada hasta niveles que se consideran de sobretrabajo, extenuantes, porque el ingreso es muy bajo. Con esta calidad del empleo trabajar no implica, siquiera, escapar de la pobreza.
Si se aplica la metodología de la Organización Internacional del Trabajo, se podrá ver que la informalidad laboral no es de 14 millones, sino de 28.5 millones de trabajadores.
La fuerza de trabajo en México es multitudinaria, principalmente joven aún, más sana y educada que en el pasado. Esos 50 millones son las caras del llamado “bono demográfico”. Sin embargo, los bajos niveles de inversión productiva y el conjunto de políticas que favorecen el magro crecimiento económico están dando lugar a que esa disposición única de capital humano esté siendo dilapidada. Puro desperdicio de la mayor riqueza humana que hayamos conseguido tener.
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