jueves, 9 de febrero de 2012

DICKENS: UNA PELEA DESIGUAL

JOSÉ WOLDENBERG

"-Vamos a pelearnos -dijo el jovencito pálido.
"¿Qué podía hacer yo sino seguirlo? Su tono era tan categórico, y yo estaba tan perplejo, que lo seguí adonde me condujo, como si estuviera en estado hipnótico.
"-Aguarda un momento -dijo volviéndose súbitamente hacia mí cuando apenas habíamos dado unos pocos pasos-, he de darte un motivo para la pelea. ¡Y ahí va!
"Y dicho esto, palmoteó con aire provocativo, me tiró del pelo, volvió a palmotear, agachó la cabeza y me dio un golpe en la boca del estómago... Por lo tanto, le di un puñetazo, y me disponía a atizarle otro todavía más contundente cuando exclamó:
"-¡Ah! Conque estamos preparados, ¿eh? -Y se puso a danzar, a manera de boxeador; ora avanzando, ora retrocediendo...".
La sutil ironía de Dickens consiste en dar una radical y estratégica vuelta a la relación causal. Primero existe la decisión de pelear y luego se construyen los motivos. El niño innombrado que se le aparece a Pip retándolo en Grandes esperanzas (Traducción: Jonio González. Debolsillo. México. 2008), ha decidido pelearse con él y dado que en principio no existe ningún motivo, lo inventa y le pega. De tal suerte que la pelea por venir ya tiene un porqué: los jaloneos, la agresión previa.
"-¡Hay que observar las reglas del pugilato! -advirtió al tiempo que daba un salto y quedaba apoyado sobre su pierna izquierda. Vamos al terreno de lucha; allí llevaremos a cabo las preliminares...
"...Lo seguí, pues, sin pronunciar palabra a un lado desierto del jardín, circundado por un muro y oculto por la maleza. Allí me preguntó si me parecía bien aquel lugar para la contienda, y como yo contesté afirmativamente, me pidió autorización para ausentarse por un momento, al cabo del cual volvió con una botella de agua y una esponja empapada en vinagre.
"-Están a disposición de los dos -dijo, poniéndolas junto a la pared. Y empezó a quitarse no sólo la chaqueta y el chaleco, sino también la camisa...".
Luego de las ganas de pelear y de encontrar un motivo para ello, el bravucón acude a las reglas, al intento por civilizar la lucha. Quien ha desatado la pelea, las invoca, crea el espacio para su desarrollo y trae los implementos necesarios para una riña reglamentada. Pip acepta sin oponer reparos.
"Aunque su aspecto no era el de una persona robusta y sana, pues tenía la cara llena de granos, aquellos preparativos terribles me asustaron un poco. Me pareció que debía tener la misma edad que yo, aunque era mucho más alto. Antes de desnudarse para el combate, era un jovencito vestido de gris. Ahora, sin la ropa, veía que sus codos, rodillas, muñecas y talones estaban mucho más desarrollados que el resto de su cuerpo.
"Sentí la opresión en el pecho al verlo ante mí dispuesto al ataque, efectuando unos movimientos de precisión matemática y mirándome meticulosamente, como si estudiara mi anatomía para poder elegir mejor los huesos que iba a romperme..."
El peleonero se dispone para la lucha. Sus gestos, sus movimientos, su físico, impresionan a Pip. Imagina que hasta los codos y los talones de su contrincante son superiores. No sólo lo ha arrastrado a un combate, ahora percibe que será disparejo, que tendrá todas las de perder. Descubre el perfil temido de su oponente, sus rasgos agresivos. El otro, despliega su rutina para acobardar a su rival. Pero el pleito ya está declarado y tiene que iniciar.
"En mi vida he quedado tan sorprendido como cuando le propiné un primer puñetazo y lo vi caer de espaldas mirándome aturdido y con la nariz ensangrentada. Pero se levantó al instante y, después de pasearse la esponja con gran afectación de destreza volvió a ponerse en guardia. La segunda mayor sorpresa de mi vida fue verlo de nuevo tendido de espaldas en el suelo, contemplándome con un ojo muy amoratado.
"Su valor y resistencia me admiraban. Parecía no tener fuerza. Ninguno de sus golpes fue contundente y, en cambio, cada uno de los míos lo derribaba. Pero volvía a levantarse sin pérdida de tiempo y se pasaba la esponja por el rostro o bebía agua de la botella, dando muestras de gran satisfacción al hacer consigo las veces de ayudante, según las formalidades y reglas del boxeo, y luego se dirigía a mí tan aparatosamente que me hacía temer que al final consiguiese acabar conmigo. Pero salía apabullado, pues lamento tener que confesar que cada vez que le daba un puñetazo lo hacía con más ímpetu, y al último fue a dar de cabeza contra el muro... Finalmente cayó de rodillas, alcanzó la esponja y la arrojó al aire al tiempo que decía jadeante:
"-Es...o significa que has ga...nado.".
La paliza que le da Pip resulta espectacular. Quien buscó el pleito y después el motivo, fijó las reglas y se mostró temible, acaba varias veces en la lona y no tiene más salida que reconocer su derrota. Traigo de la memoria ese episodio no sólo porque Charles Dickens acaba de cumplir 200 años (nació el 7 de febrero), sino porque me parece que es algo que acabamos de ver.

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