JOSÉ WOLDENBERG
Primero lo obvio: México posee un régimen de gobierno presidencial. El titular del Poder Ejecutivo tiene una serie de facultades que lo convierten en actor político de enorme relevancia. Lo que haga o deje de hacer nunca resulta anodino, por el contrario, su accionar, en mayor o menor medida, acaba por impactar la vida en sociedad. De tal forma que no resulta sorprendente la centralidad que adquiere su elección.
Si a ello le sumamos que durante largas décadas el Presidente fue algo más que un poder constitucional, para convertirse en el Jefe de las Instituciones, Líder del Estado, Principal Legislador, Guía de las Multitudes, Padrastro de la Patria, Cúspide del Poder, se refuerza, en el imaginario público, la importancia de su elección. No son pocos los que creen que de él depende por completo el futuro de la nación, y por supuesto que su elección no es un asunto trivial. De esa manera por muy buenas razones y por la mitología que rodea al cargo, es natural la atención que prestamos a las diferentes campañas que están en curso.
Pero, como se sabe, junto al Presidente, será renovado en su totalidad el Congreso de la Unión, además de 7 gubernaturas (incluyendo la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal), 15 congresos locales (incluyendo la Asamblea del DF) y cerca de 900 ayuntamientos. Es decir, de las elecciones del 1o. de julio surgirá una nueva distribución del poder, y vale la pena resaltarlo porque más allá o más acá de quien sea el Presidente será importante contemplar su fuerza y su ubicación en el tablero de los diferentes poderes constitucionales.
Por lo pronto sabemos que desde 1997 ningún partido ha contado con una mayoría absoluta de diputados y que desde el año 2000 lo mismo sucede en la Cámara de Senadores. De tal suerte que ningún grupo parlamentario ha podido hacer su simple y llana voluntad, sino que cualquier iniciativa de reforma, la integración de una comisión, la aprobación del presupuesto y súmele usted, han requerido de acuerdos entre dos o más partidos. Desde aquellos años el Presidente de la República ha tenido un auténtico contrapeso en el Congreso. Y desde entonces han sido necesarias negociaciones y acuerdos para hacer prosperar cualquier iniciativa.
Pues bien, una dimensión crucial de las elecciones por venir será la de observar si una situación similar se mantiene o el partido del Presidente acaba por tener mayorías absolutas en las Cámaras. Para lograrlo requiere por lo menos del 42.2 por ciento de los votos en la llamada Cámara baja y ganar en la de Senadores, por ejemplo (se abren distintas posibilidades), 19 estados (38 senadores), lograr el segundo lugar en los otros 13, y alcanzar el 44 por ciento de la votación nacional (14 plurinominales), total 65 de 128.
Si bien las encuestas de intención de voto se han centrado en los candidatos presidenciales, quien hoy aparece en el primer lugar (el PRI), al parecer estaría cercano o alrededor de dichas votaciones, lo que de cristalizar el 1o. de julio, significaría un auténtico cambio en lo que hemos vivido de 1997 a la fecha. El Partido del Presidente tendría mayoría absoluta de legisladores, con lo cual las reformas legales tendrían -en principio- los votos suficientes para prosperar.
Una situación así, sin duda, sería más que grata para los ganadores e imagino que también para aquellos que a lo largo de estos años se han quejado de las dificultades que se tienen para hacer avanzar las propuestas presidenciales. En los últimos tres lustros no han sido pocas las voces que han expresado su añoranza por los tiempos idos, aquellos en los cuales el Poder Legislativo no era "un laberinto complicado", sino unas Cámaras sumisas a la voluntad del Primer Jefe de la Nación.
Por supuesto que la otra cara de la moneda no escapa a nadie. El pluralismo equilibrado que habita el Congreso es el resultado de una sociedad diversa, diferenciada, en la que subsisten distintos diagnósticos y propuestas. Ello hace imprescindibles a las artes de la política (el diálogo, la negociación y el acuerdo), porque ninguna fuerza en singular puede hacer su voluntad o su capricho.
Para decirlo de otra manera: en las elecciones por venir no solo estará en juego la Presidencia, sino el tipo de Presidencia que tendremos en los años siguientes. Y a grandes rasgos existen dos posibilidades: o un titular del Ejecutivo que tiene un contrapeso real en el Legislativo, o un Presidente que en principio cuanta con una mayoría prefigurada en el mismo. Por supuesto que también cabe la posibilidad de que tenga mayoría absoluta en una Cámara y en otra no, o incluso que sin tenerla en ninguna, solo requiera de unos cuantos votos más para forjarla; pero lo que quiero subrayar es que en la "pista" de la elección del Congreso se juegan en buena medida las características de la próxima Presidencia de la República.
No he descubierto el Mediterráneo. Lo asentado en estas notas es más que conocido. Pero parece que a más de uno se le olvida.
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