jueves, 16 de febrero de 2012

LO QUE LA PRECAMPAÑA NOS DEJÓ

JULIO JUÁREZ GÁMIZ

Hoy inicia el periodo de intercampaña que, definido de acuerdo al diccionario de las ‘cosas que pasan’ no es otra cosa que el periodo de campaña que acontece entre la precampaña y la Campaña (con minúsculas una y con mayúsculas la otra). O todo lo contrario o ninguna de las anteriores. Usted elija. Pero antes de desgarrarme las cuerdas vocales exigiendo una nueva ley electoral ‘más cercana a la gente’ (usted perdonará pero ya la influencia electorera es considerable en quien escribe estas líneas) hago un balance de cuentas de lo que la precampaña nos dejó. Se agrupan lecciones en por los menos dos componentes de la vida político-electoral de nuestro país que involucran a los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública de la sociedad.
1) La certeza de que los partidos políticos no tienen una vida democrática
Si tomamos como parámetro la alineación de fuerzas al interior de todos los partidos políticos habría que decir que las precampañas fueron todo un éxito. Eso, sin embargo, no tiene nada de democrático. Podrá dar cuenta de disciplina, unidad, conveniencia y astucia política pero no es democrático.
Los plazos legales que marca la ley electoral resultante de la reforma de 2007-2008 incidieron en alianzas, concesiones y debates que, finalmente, hoy definen a tres candidatos a la presidencia y un número mayúsculo de aspirantes a escaños en las Cámaras del Congreso tanto por la vía de mayoría relativa como en las codiciadas listas de representación proporcional. La gran mayoría de estas candidaturas fueron decididas de acuerdo a indicadores muy lejanos a la plataforma ideológica de los partidos o las expresiones de su militancia. La encuestas a la población, no las preferencias de sus militantes, llevaron la última palabra al momento de elegir candidatos a distintos cargos de representación popular. Y no digamos en la conformación de las listas de representación proporcional, ese melate político en donde es más difícil comprar el boleto que ganarse el premio.
Qué paradójico que una de las lecciones más peculiares de las precampañas sea que la vida interna de los partidos es también el aburrimiento del electorado. Lo cierto es que donde reina la conveniencia no hay lugar para las diferencias ideológicas ni programáticas. Incluso en el partido en el que parecía existir una competencia interna no hubo oportunidad de trazar diferencias en los aspirantes más allá del tono confrontativo de sus declaraciones o los dislates verbales de sus contendientes, Cordero se volvió un maestro en el arte de obtener titulares a cambio de pifias o lances quijotescos hacia la precandidata que lideró la contienda de principio a fin.
Acaso no habría sido más interesante ver un debate interno entre Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña Nieto u otro entre Marcelo Ebrard y AMLO y que Josefina Vázquez Mota hubiera sido precandidata de unidad desde un principio sin la necesidad de una terna patito. Ella ganó exposición en los medios y posicionamiento a cambio de que su partido perdiera autoridad moral sobre los principios de transparencia y democracia en los que fue fundado.
Los debates se dieron en donde no había nada que discutir y se cancelaron en donde podrían haberse contrastado ideas opuestas de gobierno y estilos de gobernar bien distintos.
2) Dos narrativas enfrentadas de lo que son la democracia y las elecciones
Una técnico-jurídica, diseñada y renegada por los partidos políticos y atropelladamente observada por la autoridad electoral. Construida desde la lógica del derecho y, en no pocas ocasiones, a espaldas de otros elementos de la vida política y comunicacional de una campaña. Otra, político-empresarial, promovida desde varios medios de comunicación, en donde se descalifica toda regulación ajena a sus intereses mediante interpretaciones parciales que acusan la violación a garantías constitucionales como la libertad de expresión.
El problema con esta ley electoral es que medios y partidos han decidido reescribir sobre la marcha las reglas acordadas desde un principio. Más aun, han hecho rutina el rellenar los huecos que la ley ha dejado en su redacción, propósito y alcance. Las autoridad electoral ha seguido el mismo camino al recurrir a criterios rigoristas en unos casos (Morelia) y, en otros, dejar pasar los mismos comportamientos con amonestaciones públicas y palmaditas en la espalda (hasta donde sé Morelia sigue siendo la capital de Michoacán cierto?).
¿Cuál es el resultado de todo esto? Una vida democrática acartonada en las formas, un discurso político moldeado en señales intermitentes de 30 segundos y un exacerbado apego al mantra de los párrafos, los incisos y los numerales. Peor aun, una sociedad que cada vez entiende menos lo que pasa en los medios de comunicación y vive cotidianamente con la versión mexicana de las famosas palabras de Harold Lasswell: quién va a qué programa a cambio de qué cosa y con qué efecto. En los hechos, sin embargo, la coacción del voto y la manipulación de las clientelas políticas ha visto expirar su patente y es ya un genérico barato distribuido gratuitamente como parte de una larga cadena de paliativos electorales.

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