sábado, 18 de febrero de 2012

PLAGIO

RAÚL TREJO DELARBRE
Quizá más desfachatados que los plagios que cometió Sealtiel Alatriste, hayan sido los intentos para menospreciar las denuncias contra ese escritor y, más tarde, el esfuerzo de algunos de sus amigos para defenderlo. Hubo quien desafió

el que esté libre de plagio que tire la primera piedra… y llovieron las pedradas en las redes sociales.
A una obra de tantos años y libros como la de ese escritor, habrá que evaluarla más allá de los plagios que con tanta meticulosidad y oportunidad demostró Guillermo Sheridan en un blog de la revista Letras Libres. Pero las que cometió Alatriste fueron faltas inexcusables. En vez de disculparse, primero les restó importancia. La evidencia era demasiado contundente y les hizo un buen servicio –algo a destiempo– a la UNAM y al Rector al renunciar a la Coordinación de Difusión Cultural cuando el escándalo ya tenía varios días en los medios de comunicación.
La respuesta de las autoridades de la UNAM fue demasiado parsimoniosa y tibia. La creencia de que la ropa sucia se lava en casa sigue definiendo las reacciones institucionales cuando la Universidad es cuestionada. En esos casos, se olvida que no hay institución con mayor deber de transparencia que la Universidad. Para evaluarse a sí misma, reconociendo yerros por muy incómodos que sean, debería ser una caja de cristal.
No siempre lo es. El plagio, más allá de los traspiés o abusos del hasta hace poco titular de Difusión Cultural, es una práctica extendida mucho más de lo que quisieran reconocer no pocos funcionarios de nuestra Universidad.
El plagio, al que podemos entender como la reproducción de un texto ajeno sin citar la fuente, siempre ha existido en la vida cultural y académica. No por eso es disculpable, en ninguna circunstancia. La digitalización de documentos, junto con la posibilidad de consultarlos en línea, beneficia la propagación y la democratización de la información. Pero además se convierte en tentación para quienes buscan la ruta del menor esfuerzo al preparar tareas escolares o incluso trabajos de investigación. Cortar y pegar es más simple que indagar, comparar y reflexionar acerca de cada texto.
Hace varios años fui designado para revisar una tesis de licenciatura relacionada con la ética y el periodismo. Cuando pasaba página tras página, me sorprendían las numerosas coincidencias que tenía con ese texto. Pronto entendí que estaba leyendo, línea por línea, la copia de un capítulo de un libro mío sobre temas de prensa mexicana. La alumna había transcrito, con admirable fidelidad, el capítulo entero. Cuando le dije que eso era plagio me respondió con seriedad que no porque en la bibliografía, al final de la tesis, citaba esa libro mío. La Facultad nunca me informó que sucedió con esa tesis.
En otra ocasión me tocó revisar una tesis de maestría. Intrigado por la cita que hacía su autora a un investigador que conozco bien, busqué esa frase en Internet y encontré que formaba parte de un largo texto que había sido copiado en esa tesis, sin anotar referencia alguna. Así, hallé hasta una veintena de sitios de donde la alumna había copiado centenares de páginas. Toda la tesis estaba hecha a partir de plagios sucesivos. Nunca supe, a pesar de mis preguntas en el Posgrado, qué destino tuvo esa tesis la cual, por supuesto, me rehusé a aprobar.
En esos y en otros casos idénticos, la reacción de autoridades de distintos rangos ha sido la misma: en vez de sancionar el plagio tratan de ocultarlo. Echarle tierra, enloda más la ropa sucia pero eso no parece importar. Miedos burocráticos o, de nuevo, la solución aparentemente más sencilla, prevalecen sobre el cumplimiento de la legislación que sanciona esas conductas.
Podría narrar muchos otros casos. Abundan. Me temo que la impunidad también. Los alumnos no comprenden que pueden tomar información a granel de Internet pero que, como con cualquier otra fuente, tienen obligación de citar de dónde obtuvieron cada frase y dato.
En nuestras instituciones escolares no existe una ética de la investigación que proscriba el plagio de manera contundente. No es culpa sólo de la Universidad. La mayoría de los alumnos, al menos en mi experiencia reciente, llegan al campus habituados al copy and paste sin anotar fuentes y de esa manera suelen resolver sus trabajos escolares.
Podría parecer un asunto menor frente a problemas descomunales que tiene el país. Pero la frecuencia del plagio revela una mezcla de desinterés y descaro que, hasta donde estoy enterado, nuestras universidades hacen poco para atajar. De todo ello, por supuesto, no tiene la culpa el escritor Alatriste.

1 comentario:

Teófilo Huerta dijo...

Tambiuén está la turbia función de editor de Alatriste. Ver http://sealtielalatristecazador.blogspot.com y http://alfaguaraeditorial.blogspot.com