Quedan 111 días para que inicie el Mundial de Sudáfrica 2010. Antes de que comience a rodar el balón en el partido inaugural entre la selección local y el representativo de México, habrá comenzado —empezó desde hace tiempo— el gran espectáculo del negocio que es el futbol organizado en el orbe entero. Entretenimiento masivo, distractor popular, fiesta colectiva, deporte de multitudes, señal de identidad, patria chica —o grande—para los aficionados, el futbol es al mismo tiempo un gran y complejo mercado económico. Todos los agentes que encontramos en cualquier industria globalizada se dan cita en el futbol —aunque, por supuesto, no en el terreno de juego— e incluso más: grandes y pequeñas firmas —equipos—, con departamentos de planeación, estrategia, compras, ventas, mercadotecnia; mercados con espacio bien definido por un lado —los estadios, con su oferta “inelástica” de butacas para los espectadores, y consumidores que ante la escasez de lugares disputan el bien escaso (el boleto de entrada) a precios al alza (con frecuencia a través del negocio de la reventa)— o mercados cuasi virtuales, con la participación de consorcios de comunicación locales e internacionales comprando derechos de transmisión y vendiendo publicidad; mercados paralelos de venta de camisetas, bufandas, distintivos de los equipos; mercados de apuestas legales y clandestinas; negocios delincuenciales —como el lavado de dinero en la compra de jugadores con precios “inflados”—; un complicado mercado de trabajo, repleto de agentes e intermediarios, adquiriendo y poniendo a subasta una mercancía peculiar: a los jugadores y su talento. En fin, microeconomía y macroeconomía, todo eso es la economía del futbol.Como gran industria, el futbol no es ajeno a la globalización. El futbol se ha globalizado por el avance en la tecnología, por el desarrollo de los medios de comunicación. Las lejanas ligas que se disputan en el viejo continente están cada fin de semana en las pantallas televisivas de los hogares de Asia, América Latina, África, como si del torneo local se tratara. Los consumidores pagan canales restringidos y consumen promocionales de cerveza Heineken en los lugares más remotos para seguir la Liga de Campeones de Europa los días martes y miércoles. Los grandes equipos hacen sus pretemporadas en Japón y, con cada vez mayor frecuencia, en China, donde se venden por miles de millares las camisetas con los nombres de Kaká o Messi. Esos jugadores hoy son tan populares ante los niños del globo entero como lo fue el Pirata Fuente en el Puerto de Veracruz a mediados del siglo pasado. Como gran industria, el futbol necesita regulación y, como en todo negocio, los intereses más poderosos son renuentes a cualquier restricción a su “libertad” de comercio. El futbol es un ejemplo, un tema, de la economía de nuestro tiempo. Por ejemplo, en el curso que está por concluir cayeron las operaciones de compra-venta de jugadores por el efecto de la crisis global; en España, la liga “de las estrellas” resintió —salvo el Real Madrid, excepción que confirma la regla y firma que hay que seguir con lupa— el batacazo de la “economía del ladrillo”, pues los presidentes de equipos de primera división —los Nuñez, los Gil, los Londoiro, los Sanz, los Mendoza, los Gaspar— son dueños de empresas constructoras e inmobiliarias (por cierto, uno de los sectores que mueve más dinero negro —esto es, no declarado al fisco— en el país ibérico).Con todo, hay ciertas regulaciones nacionales —y en el caso de Europa, comunitarias— que ponen diques a las decisiones de los grandes clubes y que, en ocasiones, tratan de hacer valer la legalidad general sobre los criterios de la FIFA y de las federaciones locales de futbol. (Un ejemplo doméstico: hay quien pretendió que en nuestra liga de primera división se tratara como mexicano de segunda a todo aquel connacional que no lo fuese por nacimiento y que, en consecuencia, fuera tratado como extranjero a la hora de alinear). Con frecuencia, la pretendida autorregulación de los equipos del futbol —en efecto, la misma pretensión que tienen los medios de comunicación y muchos otros actores económicos— quiere anular disposiciones de observancia general, pero las excepciones se buscan, sobre todo, para hacer nugatorios los derechos laborales de los futbolistas o de los equipos de menores recursos.Un caso que sentará un precedente importante ocurrió esta misma semana (véase El País, 17/03/10, p. 46): el Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó al equipo inglés Newcastle a pagar una compensación al Lyon de Francia por haber contratado a un jugador de la cantera, llamado Olivier Bernard, en cuya formación el cuadro galo había invertido. Si el criterio principal hubiese sido la libertad de mercado, la sanción no habría podido prosperar: el Newcastle vio a un jugador talentoso, le hizo una oferta y el futbolista se fue con el mejor postor (maximizó su beneficio, se diría en las escuelas de economía). El Tribunal, no obstante, favoreció al interés del club que preparó al jugador y que, a pesar de ello, no tuvo ocasión de obtener retorno alguno por su inversión. Ahora bien, el Tribunal sólo impuso un pago como multa (53 mil euros), pero a la vez desechó los alegatos del Lyon que, basándose en el estatuto francés de futbol profesional alegaba que era ilegal que el jugador se fuera a otro equipo sin el consentimiento de aquel en el que militó un tiempo. La disposición legal francesa que prohíbe a un jugador de la cantera jugar en otro club si se lo impide su primer equipo es excesiva y contraria a la libertad de movilidad de los trabajadores. El Tribunal fue mesurado: no es válido que los clubes grandes sin más se lleven a los jugadores que han formado otros, pero el derecho a jugar y a contratarse es del jugador, mas no del equipo que se asume como “dueño” del futbolista. En México, los futbolistas siguen siendo “peones acasillados”, pero ya habrá ocasión de ir a ese tema con más tiempo y espacio.
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