Los recientes acontecimientos en Ciudad Juárez y Monterrey dan cuenta de que algunas de las premisas en que se ha sustentado el discurso en torno al combate a la delincuencia organizada no son tan sólidas. En primer lugar ha quedado claro que no todas las víctimas están vinculadas directamente con la así llamada guerra. Es falso que las bajas las aporten sólo los sicarios y las fuerzas del orden. Y en segundo lugar ha quedado claro también que el sólo despliegue masivo de efectivos de diversas corporaciones no ha inhibido la comisión de delitos ni ha detenido la violencia callejera. Parece necesario, pues, replantear la estrategia, no sólo recomponer el discurso. Ciertamente es difícil saber con exactitud cuántas víctimas han sido presentadas como sicarios sin serlo; pero el número no importa, lo que importa es que la violencia ha rebasado los contornos de la delincuencia, y es frente a ello que debiera haber una reconsideración de la estrategia. Ha quedado claro también que la capacidad de infiltración de la delincuencia no parece haberse detenido, es decir, que no hay todavía una “nueva” policía y, lo que es peor, si no hay modificaciones de fondo, el riesgo es que desaparezca también el “viejo” Ejército. Insisto: es necesario revisar la estrategia. Revisar no es replegarse, revisar es corregir, adecuar, admitir fallas. No sólo creo que es indeseable un repliegue, creo que además es imposible reconstruir las condiciones de convivencia existentes antes del inicio de la así llamada guerra. No hay, entonces, vuelta atrás posible. Por lo pronto, la visita de funcionarios estadunidenses del más alto nivel confirma que hay una genuina preocupación por el cauce que ha tomado la batalla contra el narcotráfico. Pareciera que debiéramos pasar del discurso de la guerra que vamos ganando, a un replanteamiento de la estrategia de la guerra. Sin embargo, el Ejecutivo tiene cierta incomodidad con la percepción de que no han sido las mejores estrategias las que se han implementado; parece acusar cierta incomprensión de la sociedad hacia su visión del problema y, ciertamente, eso no ayuda a un replanteamiento. Pero la realidad está imponiendo condiciones. Por un lado, el incremento de la cooperación internacional es una nueva herramienta que habrá que explotar adecuadamente. Los cuatro ejes que se desprenden de la reciente visita de Clinton ofrecen una ruta para encauzar los nuevos términos de la cooperación. El combate basado únicamente en la presencia de la fuerza pública ha conocido sus límites. En ese sentido, es saludable que el debate en torno a un nuevo modelo policial (32 policías estatales) haya vuelto a ponerse sobre la mesa. Es evidente que lo necesario de allanar todos los obstáculos para la emergencia de una nueva policía. Por otro lado, si en efecto el despliegue de un número elevado de efectivos no ha conseguido inhibir a la delincuencia, se hace necesaria la reconstrucción de la inteligencia. Y no sólo en términos de mejorar los sistemas de información, sino de combatir financieramente a los grupos delincuenciales. Finalmente, parece ineludible replantear estratégicamente el tema de la prevención. Cómo alinear políticas públicas para verdaderamente incidir en algunas de las circunstancias que propician el incremento de la delincuencia, parece ser la pregunta. Ojalá pronto se den las condiciones para replantear la estrategia. A nadie conviene acostumbrarnos a la violencia.
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