(Sobre) vivir la globalización no es equivalente a vivir en la globalidad, mucho menos a sacar frutos de ella de manera sostenida y sostenible. Lo primero implica costos sociales altos y casi siempre poner en juego las capacidades productivas alcanzadas con anterioridad. Lo segundo supone alinear los cambios estructurales hechos para inscribirse en el mercado mundial reconfigurado por la intensificación de la interdependencia global, con objetivos de transformación productiva y equidad social cuyo alcance es condición sin la cual la globalización amenaza convertirse en un fardo en vez de una oportunidad.
En un balance como el sugerido, es posible detectar resultados desiguales alrededor del mundo y más de una sorpresa desagradable cuando estos resultados se ponen de cara a los desempeños nacionales durante estos primeros años de crisis. Lo que fue considerado punto menos que milagroso, como Irlanda, Islandia y, en menor medida, España o Grecia, se vuelve ahora un desastre, merecedor de los peores calificativos por parte de los medios informativos e instituciones financieras que poco tiempo antes los alababan e invitaban a proseguir por la ruta elegida: PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, Spaña) ha sido la sigla compuesta para designar a estos nuevos perdedores, para contrastarlos con los que hasta el momento se ve como ganadores de esta cruel primera ronda crítica global: Brasil, Rusia, India y China, los célebres BRICS de los que muchos analistas proponen hay que eliminar a la antigua patria de los zares y los soviets.
Son muchos y variados los factores que concurren a ilustrar estos saldos. Los déficit o superávit externos o fiscales; los crecimientos, o menores decrecimientos, registrados en la producción o el empleo, etcétera. Y, a la vez, son multivariados los factores que podrían explicar su varianza: la diversificación del comercio exterior, en productos y destinos; la profundidad de la integración regional obtenida antes de que la crisis estallara; la composición previa de sus respectivas estructuras y dinámicas productivas; la robustez de las finanzas públicas y, por último, pero no al último, la oportunidad y firmeza con que los estados pudieron o quisieron responder al remezón de la crisis que en espectacular sincronía amenazaba y amenaza con no dejar títere con cabeza.
De estos y más se habló y discutió en el XII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, celebrado en La Habana del primero al 5 de marzo. Fortalezas y debilidades de realidades y proyectos fueron puestos de diversas maneras y estilos sobre la mesa, no sólo para hacer el recuento de lo sufrido sino para buscar vías de salida y reconstrucción global y regional.
La crónica puede ser impresionista y/o analítica, pero no puede evadir algunas constataciones: no hay leyes de hierro que sustituyan la acción de los estados y sus capacidades de inducción y conducción; y no hay manera de eludir con una mínima elegancia los datos y tendencias referentes a los niveles de equidad y protección social que se pudo conseguir durante los auges o los crecimientos económicos previos a la caída. Difícil resultará para las naciones vivir la nueva globalidad que emerge de la crisis, si no cuentan con bases mínimas que aseguren el abasto de bienes y servicios básicos y esenciales para la reproducción de las poblaciones. Más duro será sobrevivir como estados nacionales dignos de tal nombre, sin contar con capacidades productivas e institucionales que sostengan la estabilidad política y soporten las mil y una maniobras y flexibilidades políticas y económicas que exigirá la inscripción en el entorno de competencia, y restricciones de todo tipo que se avizora surgirán de las reformas y choques de poderes nacionales y mundiales impuesto por el reacomodo de fuerzas que ya ha traído consigo esta primera tormenta, si no perfecta, sí enteramente global.
Sin querer sacar provecho de la distancia y la variedad de experiencias relatadas en estos días, me atrevo a concluir, todo lo preliminarmente que se deba, que de este examen de oposición no salimos bien librados. Habrá que ver si en los sucesivos concursos de ingreso a la nueva edición del brave new world nos va menos mal.
Lo que queda claro es que el “más de lo mismo” del canon neoliberal o el “siempre listos” añadido por los panistas, sólo servirán para hundirnos. Llegó la hora de arriesgar e innovar sin miedo, para por lo menos sobrevivir.
En un balance como el sugerido, es posible detectar resultados desiguales alrededor del mundo y más de una sorpresa desagradable cuando estos resultados se ponen de cara a los desempeños nacionales durante estos primeros años de crisis. Lo que fue considerado punto menos que milagroso, como Irlanda, Islandia y, en menor medida, España o Grecia, se vuelve ahora un desastre, merecedor de los peores calificativos por parte de los medios informativos e instituciones financieras que poco tiempo antes los alababan e invitaban a proseguir por la ruta elegida: PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, Spaña) ha sido la sigla compuesta para designar a estos nuevos perdedores, para contrastarlos con los que hasta el momento se ve como ganadores de esta cruel primera ronda crítica global: Brasil, Rusia, India y China, los célebres BRICS de los que muchos analistas proponen hay que eliminar a la antigua patria de los zares y los soviets.
Son muchos y variados los factores que concurren a ilustrar estos saldos. Los déficit o superávit externos o fiscales; los crecimientos, o menores decrecimientos, registrados en la producción o el empleo, etcétera. Y, a la vez, son multivariados los factores que podrían explicar su varianza: la diversificación del comercio exterior, en productos y destinos; la profundidad de la integración regional obtenida antes de que la crisis estallara; la composición previa de sus respectivas estructuras y dinámicas productivas; la robustez de las finanzas públicas y, por último, pero no al último, la oportunidad y firmeza con que los estados pudieron o quisieron responder al remezón de la crisis que en espectacular sincronía amenazaba y amenaza con no dejar títere con cabeza.
De estos y más se habló y discutió en el XII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, celebrado en La Habana del primero al 5 de marzo. Fortalezas y debilidades de realidades y proyectos fueron puestos de diversas maneras y estilos sobre la mesa, no sólo para hacer el recuento de lo sufrido sino para buscar vías de salida y reconstrucción global y regional.
La crónica puede ser impresionista y/o analítica, pero no puede evadir algunas constataciones: no hay leyes de hierro que sustituyan la acción de los estados y sus capacidades de inducción y conducción; y no hay manera de eludir con una mínima elegancia los datos y tendencias referentes a los niveles de equidad y protección social que se pudo conseguir durante los auges o los crecimientos económicos previos a la caída. Difícil resultará para las naciones vivir la nueva globalidad que emerge de la crisis, si no cuentan con bases mínimas que aseguren el abasto de bienes y servicios básicos y esenciales para la reproducción de las poblaciones. Más duro será sobrevivir como estados nacionales dignos de tal nombre, sin contar con capacidades productivas e institucionales que sostengan la estabilidad política y soporten las mil y una maniobras y flexibilidades políticas y económicas que exigirá la inscripción en el entorno de competencia, y restricciones de todo tipo que se avizora surgirán de las reformas y choques de poderes nacionales y mundiales impuesto por el reacomodo de fuerzas que ya ha traído consigo esta primera tormenta, si no perfecta, sí enteramente global.
Sin querer sacar provecho de la distancia y la variedad de experiencias relatadas en estos días, me atrevo a concluir, todo lo preliminarmente que se deba, que de este examen de oposición no salimos bien librados. Habrá que ver si en los sucesivos concursos de ingreso a la nueva edición del brave new world nos va menos mal.
Lo que queda claro es que el “más de lo mismo” del canon neoliberal o el “siempre listos” añadido por los panistas, sólo servirán para hundirnos. Llegó la hora de arriesgar e innovar sin miedo, para por lo menos sobrevivir.
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