Así denominaba el escritor Jorge Luis Borges al conflicto entre Argentina e Inglaterra, a principios de los ochenta, tras la invasión a las Islas Malvinas por tropas argentinas y la recuperación por la Marina Real de las Islas Falkland. La disputa es más añeja que ese enfrentamiento militar que costó la vida de 650 argentinos y 250 británicos; se inició con la colonización del continente y la reclamación de Argentina a la Gran Bretaña en 1833, cobra actualidad cuando el gobierno de Buenos Aires, hace tres semanas, anunció que todos los barcos que se dirigieran de, o a Argentina desde las Islas Malvinas, requerirían de un permiso. Sin duda, el conflicto estriba hoy no tanto en tierra firme poblada por 2 mil 500 ingleses y miles de borregos, sino porque se han realizado ya prospecciones marinas que han dado como resultado la certeza de yacimientos petroleros, al parecer cuantiosos. El ascenso en el precio del petróleo hizo que varias empresas obtuvieran permisos de las autoridades de las Islas Falkland para explorar y perforar el subsuelo marino. Argentina señaló que esto es violatorio al derecho internacional. Coincide esta tormenta con otra dentro de la Casa Rosada; la presidenta Cristina Fernández y su esposo han sido acusados de innumerables actos de corrupción, por lo que la oposición dice que están utilizando este conflicto de papel, por ahora, para distraer la atención de Argentina ante las elecciones del año próximo en las que intentará, al parecer, presentarse el expresidente Néstor Kirchner. Ambos países defienden posiciones encontradas. Argentina desconoce la soberanía de la Gran Bretaña sobre las islas y afirma que el archipiélago es territorio argentino. Por otra parte, los habitantes de las Islas Falkland sostienen el derecho a la autodeterminación y manifiestan que no tienen ninguna intención de unirse a Argentina, a más de que nunca han aceptado ser una colonia británica.
El asunto tomó mejor color para nuestro continente cuando se celebró la Cumbre de 32 países en Cancún, recientemente. Todos ellos apoyaron la reivindicación argentina, algunos con especial energía como Venezuela y Nicaragua y su posición quedó reflejada en la declaración de esta Cumbre de Río. Además, hubo una referencia explícita a la exploración de hidrocarburos en la plataforma continental de las Malvinas. El apoyo también provino de los Estados del Caribe, algunos de ellos excolonias británicas.
Argentina también movió su diplomacia en la ONU, exigiendo que se cumplieran las resoluciones de ese organismo que piden abstenerse de medidas que agraven la disputa por la soberanía de esas islas. El asunto no pudo llevarse al Consejo de Seguridad porque los británicos lo hubieran vetado, por lo que solamente le informó al secretario general de la ONU, quien con toda la tibieza que le caracteriza, no hizo comentarios. Es de pensarse que Buenos Aires elabore una resolución para ser aprobada por la Asamblea General. Antes que ocurra esto, Brasil que busca un lugar permanente en el Consejo de Seguridad, presionará a favor de Argentina, como uno de los dos miembros latinoamericanos de ese órgano no permanentes y seguramente se sumará México, como ya lo hizo en Cancún. Nuevamente, dentro de su torpe diplomacia latinoamericana, la señora Clinton se ofreció para mediar, pero Argentina declinó su participación, subrayando que prefería un diálogo dentro de las Naciones Unidas. Así ocurrió también con Reagan en 1982, pero a decir verdad, a Estados Unidos no le interesa este conflicto.
Lo que no podemos aceptar es que la razón argentina se funde solamente en la proximidad del territorio, baste ver el caso de Guam y Estados Unidos; bien hay que comprender que las Malvinas es una puerta estratégica a la Antártida.
El asunto tomó mejor color para nuestro continente cuando se celebró la Cumbre de 32 países en Cancún, recientemente. Todos ellos apoyaron la reivindicación argentina, algunos con especial energía como Venezuela y Nicaragua y su posición quedó reflejada en la declaración de esta Cumbre de Río. Además, hubo una referencia explícita a la exploración de hidrocarburos en la plataforma continental de las Malvinas. El apoyo también provino de los Estados del Caribe, algunos de ellos excolonias británicas.
Argentina también movió su diplomacia en la ONU, exigiendo que se cumplieran las resoluciones de ese organismo que piden abstenerse de medidas que agraven la disputa por la soberanía de esas islas. El asunto no pudo llevarse al Consejo de Seguridad porque los británicos lo hubieran vetado, por lo que solamente le informó al secretario general de la ONU, quien con toda la tibieza que le caracteriza, no hizo comentarios. Es de pensarse que Buenos Aires elabore una resolución para ser aprobada por la Asamblea General. Antes que ocurra esto, Brasil que busca un lugar permanente en el Consejo de Seguridad, presionará a favor de Argentina, como uno de los dos miembros latinoamericanos de ese órgano no permanentes y seguramente se sumará México, como ya lo hizo en Cancún. Nuevamente, dentro de su torpe diplomacia latinoamericana, la señora Clinton se ofreció para mediar, pero Argentina declinó su participación, subrayando que prefería un diálogo dentro de las Naciones Unidas. Así ocurrió también con Reagan en 1982, pero a decir verdad, a Estados Unidos no le interesa este conflicto.
Lo que no podemos aceptar es que la razón argentina se funde solamente en la proximidad del territorio, baste ver el caso de Guam y Estados Unidos; bien hay que comprender que las Malvinas es una puerta estratégica a la Antártida.
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