Se cayó el tinglado, los actores aparecieron, sin disfraz, desnudos. El elenco al descubierto sorprendido en acuerdos que ocultaron, se acusan entre sí de infidencias, falta de palabra, incumplimientos. En el desconcierto aflora el fondo del acuerdo, partes reveladas por unos, negadas por otros, pero persisten las imputaciones como si lo importante fuera quién hizo público lo privado de actores públicos y no, lo que acordaron, como lo acordaron. Eso es lo grave, no quién hizo el peor ridículo, cuando todos lo hicieron. En la parte documentada pactaron, el presidente Calderón, el secretario de Gobernación, Gómez Mont; el secretario de Gobierno del estado de México; la presidenta del PRI, Beatriz Paredes, y el presidente del PAN, César Nava. Pactaron alza de impuestos, compromiso de Paredes violando promesas al electorado, lo que ella niega, aunque en efecto votaron dicha alza; no aliar al PAN con el PRD en varios estados, compromiso violado por Gómez Mont y Nava, alegando que los otros sólo cumplieron en parte, el incremento fiscal. El Presidente se encubre en Fernando Gómez Mont y César Nava, “no supo nada”; Paredes despotrica contra Calderón con el que ha “cogobernado” y Nava reclama a Peña Nieto su silencio. Se contentarán, intereses cupulares los hermanan. Así olvidaron las graves imputaciones de Germán Martínez en las pasadas elecciones. Pactaron cinco gentes, en secreto sobre atribuciones legales, diputados, senadores, panistas y priístas, ciudadanos, como dueños de México. Una cúpula controla el Ejecutivo, el Legislativo, los dos partidos mayores. Raudos los diputados priístas, que no sabían nada, expresaron su inquebrantable solidaridad con su presidenta aunque —como haya sido— los condujo a fallarle a su electorado apuntalando al gobierno panista. Los panistas, también ignorantes por la secrecía, hicieron otro tanto. Lo que no significa apoyos sino más bien que las dirigencias cuentan con la docilidad de sus bases, “tontos útiles“ diría menos diplomáticamente el respetable panista García Cervantes. Independientemente del ridículo que escenificaron los pactantes, develan cómo se gobierna este país. Entre muchos más, se pactó el apoyo a Calderón para que pudiera protestar de su cargo, se pactó la desnacionalización petrolera, la no reforma fiscal, exenciones fiscales a Televisa; los senadores beltronistas cooperaron garantizando el quórum, ausentándose y absteniéndose los presentes, para que el PAN y el Verde aprobaran el alza de impuestos, eso sí, nos dicen, ellos sin pacto. Este es nuestro problema político central. Estos pactos descubren que las directivas de los partidos ejercen un poder inapelable sobre sus bases, que afixian toda divergencia interna, mediante, entre otros, el control del dinero sin rendir cuentas y el monopolio de la promoción política. Coludidas las cúpulas de los partidos mayores, burlan a la sociedad, hacen de la pluralidad aparente una unidad oculta; la oposición se diluye en los acuerdos, limitan la competencia política, orientan las campañas hacia temas consensuales, eludiendo los conflictivos, fabrican consensos a modo de sus intereses cupulares compartidos que los acercan ideológicamente, al grado de la indiferenciación; conducen al país al statu quo, conjurando el cambio indispensable. Pierde la sociedad opciones reales. Cuál es la esperanza de más de la mitad de la población que vive en el empobrecimiento creciente, de los desempleados, de los jóvenes, si las cúpulas pactan en secreto una y otra vez, las políticas empobrecedoras, la preservación de privilegios, la repartición de posiciones, la impunidad. No desaparecerá el problema con discursos airados y solidaridades forzadas, se requieren reacciones, exigencia de cuentas, sin responsabilidades continuarán los pactos, no habrá oposición. Las bases deben recuperar su soberanía y exigir ética política y transparencia.
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