Los fuegos de artificio de la Cumbre de la Unidad ya se apagaron. Pocos se acuerdan ya de lo ocurrido en ese encuentro de jefes de Estado y gobierno de América Latina y el Caribe. Los semanarios internacionales de mayor renombre, como The Economist, le dedicaron al evento una pequeña fotografía frente al Caribe de todos los mandatarios con el título: “Crecientemente unidos, nos mantenemos divididos”. La ironía es acertada. Sin embargo, la reunión fue considerada un éxito por los organizadores. Así lo expresó en su discurso de clausura el presidente Felipe Calderón y así fue vista por titulares de la prensa mexicana. Y, en efecto, desde la perspectiva de la política interna, tanto de México como de otros países de la región, el evento fue exitoso. El problema, claro está, es definir qué se entiende por éxito, cómo se valora la distancia entre las palabras y los hechos, y qué mensaje deja el ánimo latinoamericanista que se apoderó de las principales fuerzas políticas mexicanas. Una reunión es exitosa cuando los invitados se van contentos. En la Riviera Maya hubo regalos y dulces para todos. Se aprobaron diversas declaraciones que dieron satisfacción a quienes las esperaban. Entre otras: declaración de apoyo a Ecuador por dejar de explotar petróleo en el Parque Nacional Yasuni, evitando así la emisión de millones de toneladas de gases de efecto invernadero; declaración respaldando los legítimos derechos de Argentina en la disputa de soberanía con Reino Unido sobre las Islas Malvinas, Georgia del Sur y Sandwich Sur; declaración especial sobre Guatemala que congratula a la Comisión Internacional creada para investigar el caso Rosenberg; declaración sobre la necesidad de poner fin al bloqueo de Estados Unidos contra Cuba; declaración de solidaridad con Haití, destacando el papel de la MINUSTAH y exhortando a aplicar procesos de regularización migratoria a favor de los haitianos. Según el caso, las prensas nacionales les otorgaron mayores o menores titulares. Algunos habíamos esperado más de la cooperación con Haití. Por ejemplo, un primer paso hacia la urgente coordinación para dar dirección y eficiencia a la ayuda internacional para la reconstrucción. El tema esperará mejores momentos. Por lo pronto, Brasil debe estar contento de haber destacado el papel de la MINUSTAH, la operación de mantenimiento de la paz encabezada por ellos. La cereza del pastel fue la Declaración de Cancún, un documento que fija objetivos muy ambiciosos para la nueva Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, festejada por muchos porque, a diferencia de la OEA, no forman parte de ella Estados Unidos y Canadá. Las tareas previstas para la nueva entidad son muy vastas: entre otras, cooperación entre los numerosos mecanismos regionales y subregionales de integración, medidas para el manejo de la crisis financiera internacional, promoción del comercio, construcción de infraestructura, desarrollo social, educación, salud y servicios públicos, cultura, desarrollo sostenible, cambio climático. Esos buenos propósitos no cuentan, sin embargo, con una estructura institucional que pueda darles cumplimiento. Las decisiones al respecto se dejan para el año 2011, cuando la secretaría pro tempore del Grupo de Río estará en manos de Venezuela. Para entonces, es posible que la retórica sea aún más ambiciosa y las condiciones para la unión regional aún más lejanas. No vale la pena entrar a reflexiones sobre el error de abordar la relación con América Latina y el Caribe como si se tratara de una unidad, cuando en realidad es una región polarizada y dividida por liderazgos y proyectos económicos y políticos muy distintos. Puede ser un éxito mediático lograr la foto de la unidad, no es serio pensar que, con ello, ya se sembró la semilla de la integración latinoamericana; no es serio presentar como un hecho, pero dejar a un futuro incierto, el brinco adelante de la “nueva institucionalidad de América Latina”. En el caso de México, lo más significativo ocurrido en Cancún fue el anuncio de los presidentes de Brasil y México de iniciar los trabajos y consultas para llegar a una Asociación Estratégica de Integración. Será un camino largo y empinado porque parte prácticamente de cero. Cierto que hay inversiones mexicanas en Brasil, provenientes principal, aunque no únicamente, de las empresas de Carlos Slim. Pero el comercio existente es insignificante y las agendas políticas son distintas. No obstante, explorar el fortalecimiento de la relación puede tener éxito y bien vale la pena intentarlo. Ahora bien, para fines de la concepción general de la política exterior de México, el mensaje más inquietante de la cumbre de Cancún se refiere a las prioridades y percepciones de las fuerzas políticas mexicanas en materia internacional. Es sorprendente la facilidad con que prende, en todas ellas, la ambición de verse como líderes de América Latina y el gusto por distanciarse de Estados Unidos. Pocas veces se había visto en el Senado una complacencia tan grande con la política exterior de Calderón como la suscitada por la Cumbre de Cancún. El aplauso brota, aunque la sustancia sea poca. Acercarse al sur y alejarse del norte paga en términos de popularidad a cualquier dirigente. Las palabras, por sí solas, siguen haciendo las veces de un proyecto de política exterior más sólido, menos declarativo y más pragmático, más bien informado, más acorde con las necesidades y condiciones del siglo XXI. La Cumbre de la Unidad, con su escasa densidad y su verbalismo, puso en evidencia hasta dónde pueden sobrevalorarse las palabras, independientemente de los hechos. Mal sustento para cualquier intento de concebir un proyecto a largo plazo de política exterior.
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