Es una lástima que algunas figuras públicas aún no se acostumbren a vivir bajo las reglas de la democracia. Añoran el autoritarismo del pasado, cuando el Poder Legislativo servía a los intereses del partido en el poder y los legisladores se prestaban a ser meros levantadedos para aprobar las iniciativas del Presidente de la República. “No hay nada más que discutir, hay que votar y punto”, declaró Jorge Castañeda con desesperación a propósito del desplegado No a la Generación del No, que organizó junto con Héctor Aguilar Camín y Federico Reyes Heroles. “Amigos legisladores: aprueben las reformas (de Calderón)”, ordena con soberbia el puñado de exgobernantes, exfuncionarios públicos, intelectuales y periodistas abajo firmantes.
El desplegado, difundido el martes 23, afirma que durante los últimos 13 años ha existido un “bloqueo persistente al cambio por parte de las fuerzas políticas”. En palabras de Sabina Berman, distinguida colega de la revista Proceso y también firmante del documento, “todo se confunde en nuestra democracia para que sencillamente no se apruebe nada en el Congreso”.
Afortunadamente, tal apreciación es profundamente equivocada. Ya desde 1997 hemos sido testigos de una gran productividad legislativa resultado del pluralismo y dinamismo renovado del Congreso. En este periodo se han emitido 51 decretos de reforma constitucional que han modificado en total más de 100 artículos. Asimismo, la aprobación de leyes ordinarias se ha acelerado a un paso nunca antes visto en la historia de México.
Algunas reformas particularmente importantes han consistido en la creación de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), la dotación de autonomía plena a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la aprobación de la ley de transparencia y la reforma al artículo sexto de la Constitución, la creación del servicio civil de carrera, la reforma constitucional en materia de justicia penal, y la histórica reforma electoral de 2007-2008, entre muchas otras de gran envergadura.
Llama la atención que el desplegado feche el momento del inicio de la supuesta “parálisis” precisamente en 1997, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El mensaje es claro: Antes, bajo el régimen del partido del Estado, el Legislativo sí dejaba “gobernar”. Hoy, bajo la pluralidad democrática, este poder se ha convertido supuestamente en un obstáculo para el avance del país.
No debería sorprender, entonces, que algunos de los firmantes más conspicuos del desplegado sean precisamente antiguos funcionarios priistas, como Ernesto Zedillo, Pedro Aspe, Jaime Serra Puche y Luis Téllez. También destaca la firma de Luis Carlos Ugalde. Sólo faltó la firma de Carlos Salinas.
De cualquier modo, no hacía falta que “el innombrable” plasmara su autógrafo, ya que su posición se encuentra más que representada por los organizadores de esta declaración pública. En su ensayo Un futuro para México, que sirve de preámbulo y contexto para el desplegado, Aguilar Camín y Castañeda aclaman los tiempos supuestamente “modernizantes” que vivimos en México durante el sexenio de Salinas. “Apenas había empezado la obertura que sustituiría al nacionalismo revolucionario, el salto a la modernidad de los noventa, cuando la triste trilogía del año 1994 –rebelión, magnicidios, crisis económica– destruyó la credibilidad del nuevo libreto”. De acuerdo con estos escritores, hoy habría que recuperar el proyecto original del “gobierno audaz e ilustrado” de Salinas.
Otro elemento que confirma el espíritu salinista del desplegado es la afirmación de que la propuesta de reforma política de Calderón constituiría “el cambio más importante en el país desde 1994”. De un plumazo, los abajo firmantes borran del mapa toda la transición política mexicana. La reforma política de 1996, la alternancia de 2000 y las docenas de reformas constitucionales que se han aprobado desde entonces simplemente no se comparan a sus ojos con las privatizaciones y reformas “audaces” que impulsó Salinas antes de 1994.
Quizás no fue mera coincidencia que el mismo día en que se divulgó el desplegado, Salinas hiciera uno de sus calculados actos de presencia en público. Durante un foro organizado por la Fundación Espinosa Iglesias, el expresidente ofreció una conferencia magistral para autoalabarse por sus esfuerzos para “modernizar el Estado” cuando era presidente.
El desplegado finge mirar hacia el futuro, pero en realidad nos invita a volver la mirada hacia una de las épocas más corruptas, opacas y autoritarias de la historia reciente de nuestro país.
Afortunadamente, los legisladores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y del PRI no hicieron caso a estos exabruptos y presentaron sus propias iniciativas de reforma política, que rebasan por mucho el alcance de las propuestas de Calderón. El PRD propone las figuras de plebiscito, referéndum y revocación de mandato, así como la participación del Congreso en la aprobación y seguimiento del Plan Nacional de Desarrollo. Asimismo, tanto el PRD como el PRI respaldan la ratificación del gabinete por el Legislativo, el fortalecimiento de las comisiones del Congreso, la dotación de autonomía plena al Ministerio Público y el fortalecimiento de la ASF.
Bienvenido el debate de estas y otras propuestas por venir. La historia demuestra que las mejores reformas siempre han sido las que primero se debaten de manera democrática y participativa. Así como existe la urgente necesidad de una renovación de nuestra clase política, también hace falta un cambio en aquellas figuras públicas que no hacen más que recurrir a las mismas estrategias chantajistas e intolerantes de siempre.
El desplegado, difundido el martes 23, afirma que durante los últimos 13 años ha existido un “bloqueo persistente al cambio por parte de las fuerzas políticas”. En palabras de Sabina Berman, distinguida colega de la revista Proceso y también firmante del documento, “todo se confunde en nuestra democracia para que sencillamente no se apruebe nada en el Congreso”.
Afortunadamente, tal apreciación es profundamente equivocada. Ya desde 1997 hemos sido testigos de una gran productividad legislativa resultado del pluralismo y dinamismo renovado del Congreso. En este periodo se han emitido 51 decretos de reforma constitucional que han modificado en total más de 100 artículos. Asimismo, la aprobación de leyes ordinarias se ha acelerado a un paso nunca antes visto en la historia de México.
Algunas reformas particularmente importantes han consistido en la creación de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), la dotación de autonomía plena a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la aprobación de la ley de transparencia y la reforma al artículo sexto de la Constitución, la creación del servicio civil de carrera, la reforma constitucional en materia de justicia penal, y la histórica reforma electoral de 2007-2008, entre muchas otras de gran envergadura.
Llama la atención que el desplegado feche el momento del inicio de la supuesta “parálisis” precisamente en 1997, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El mensaje es claro: Antes, bajo el régimen del partido del Estado, el Legislativo sí dejaba “gobernar”. Hoy, bajo la pluralidad democrática, este poder se ha convertido supuestamente en un obstáculo para el avance del país.
No debería sorprender, entonces, que algunos de los firmantes más conspicuos del desplegado sean precisamente antiguos funcionarios priistas, como Ernesto Zedillo, Pedro Aspe, Jaime Serra Puche y Luis Téllez. También destaca la firma de Luis Carlos Ugalde. Sólo faltó la firma de Carlos Salinas.
De cualquier modo, no hacía falta que “el innombrable” plasmara su autógrafo, ya que su posición se encuentra más que representada por los organizadores de esta declaración pública. En su ensayo Un futuro para México, que sirve de preámbulo y contexto para el desplegado, Aguilar Camín y Castañeda aclaman los tiempos supuestamente “modernizantes” que vivimos en México durante el sexenio de Salinas. “Apenas había empezado la obertura que sustituiría al nacionalismo revolucionario, el salto a la modernidad de los noventa, cuando la triste trilogía del año 1994 –rebelión, magnicidios, crisis económica– destruyó la credibilidad del nuevo libreto”. De acuerdo con estos escritores, hoy habría que recuperar el proyecto original del “gobierno audaz e ilustrado” de Salinas.
Otro elemento que confirma el espíritu salinista del desplegado es la afirmación de que la propuesta de reforma política de Calderón constituiría “el cambio más importante en el país desde 1994”. De un plumazo, los abajo firmantes borran del mapa toda la transición política mexicana. La reforma política de 1996, la alternancia de 2000 y las docenas de reformas constitucionales que se han aprobado desde entonces simplemente no se comparan a sus ojos con las privatizaciones y reformas “audaces” que impulsó Salinas antes de 1994.
Quizás no fue mera coincidencia que el mismo día en que se divulgó el desplegado, Salinas hiciera uno de sus calculados actos de presencia en público. Durante un foro organizado por la Fundación Espinosa Iglesias, el expresidente ofreció una conferencia magistral para autoalabarse por sus esfuerzos para “modernizar el Estado” cuando era presidente.
El desplegado finge mirar hacia el futuro, pero en realidad nos invita a volver la mirada hacia una de las épocas más corruptas, opacas y autoritarias de la historia reciente de nuestro país.
Afortunadamente, los legisladores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y del PRI no hicieron caso a estos exabruptos y presentaron sus propias iniciativas de reforma política, que rebasan por mucho el alcance de las propuestas de Calderón. El PRD propone las figuras de plebiscito, referéndum y revocación de mandato, así como la participación del Congreso en la aprobación y seguimiento del Plan Nacional de Desarrollo. Asimismo, tanto el PRD como el PRI respaldan la ratificación del gabinete por el Legislativo, el fortalecimiento de las comisiones del Congreso, la dotación de autonomía plena al Ministerio Público y el fortalecimiento de la ASF.
Bienvenido el debate de estas y otras propuestas por venir. La historia demuestra que las mejores reformas siempre han sido las que primero se debaten de manera democrática y participativa. Así como existe la urgente necesidad de una renovación de nuestra clase política, también hace falta un cambio en aquellas figuras públicas que no hacen más que recurrir a las mismas estrategias chantajistas e intolerantes de siempre.
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