Durante décadas los países han enfocado todos sus esfuerzos en lograr buenos resultados en los indicadores económicos nacionales: Producto Interno Bruto, PIB, inflación, desempleo, etcétera, sin considerar que en muchas ocasiones hay una importante discrepancia entre éstos y los niveles de bienestar personal y calidad de vida en una determinada comunidad. La tendencia persiste a pesar de que la crisis evidenció que "los que intentan conducir la economía y a nuestras sociedades son como pilotos tratando de encontrar un rumbo sin una brújula confiable", según afirma la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social, convocada en febrero de 2008, por el Presidente francés, Nicolás Sarkozy, y encabezada por los premios Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz y Amartya Sen y coordinada por Jean-Paul Fitoussi, académico del Instituto de Estudios Políticos de París. Sarkozy convocó a la comisión con cuatro objetivos en mente: "identificar los límites del PIB como indicador del desempeño económico y el progreso social; considerar la información adicional requerida para obtener una fotografía más pertinente; discutir como presentar la información en el modo más adecuado; y verificar la viabilidad de implementar los instrumentos propuestos por la comisión". Integraron la comisión, además de los tres personajes ya señalados, otros 22 científicos sociales provenientes de las mejores universidades de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e India y en su informe, entregado el 14 de septiembre de 2009, señalan terminantemente: "Ha llegado la hora de que nuestro sistema estadístico se centre más en la medición del bienestar de la población que en la medición de la producción económica, ya que existe una diferencia creciente entre la información transmitida por los datos agregados del PIB y la que importa realmente para el bienestar personal". El reporte recalca que "...cuando nuestras acciones están basadas en métricas mal diseñadas o cuando no son bien comprendidas" somos casi ciegos, pues lo "que medimos determina lo que perseguimos, y lo que perseguimos define lo que medimos". Los expertos señalan además que no únicamente se debe medir el promedio de bienestar en una determinada comunidad y su evolución a lo largo del tiempo, sino también establecer con precisión las desigualdades, "la diversidad de las experiencias personales y sus vinculaciones con las diversas dimensiones de la vida de los individuos". Los académicos hicieron 12 recomendaciones puntuales, pero indicaron que más que conclusiones definitivas, ellos pretenden que el reporte sea el punto de partida de una discusión más amplia y profunda, que permita diseñar los nuevos instrumentos de medición. La primera recomendación es que al evaluar el bienestar material se observe el ingreso y el consumo más que la producción. Otras tres sugerencias que guardan relación con la anterior son la importancia de enfatizar la perspectiva del hogar; el incluir también una medida de riqueza o patrimonio; y el darle importancia a la distribución, no únicamente a los promedios. La primera tiene que ver con la importancia de hacer la observación a nivel de lo que sucede con el ingreso y el consumo en los hogares y no permanecer a nivel de promedios globales, pues lo que realmente importa para evaluar el bienestar individual es lo que sucede a nivel familia; la segunda, el no desvincularla de la información sobre la riqueza, pues "una familia que gasta su riqueza en bienes de consumo incrementa su bienestar presente, pero a costa del futuro"; y, finalmente, la tercera tiene que ver con lo engañoso que pueden ser los promedios, pues pueden esconder grandes desigualdades y niveles de pobreza inaceptables, en algunos sectores de la población. El reporte también remarca la importancia de incorporar en los indicadores de bienestar actividades ajenas al mercado y, por lo mismo, normalmente no incluidas en las mediciones, como son todas las tareas de la casa, limpieza, producción de autoconsumo, etcétera. Señala que para definir lo que significa bienestar se requiere de una aproximación multidimensional. Y en función de "...la investigación académica y un número concreto de iniciativas desarrollados alrededor del mundo, la Comisión identificó las siguientes dimensiones clave que deben tomarse en cuenta. Al menos en principio, estas dimensiones deben considerarse simultáneamente: 1. Estándares materiales de vida, ingreso, consume y riqueza; 2. Salud; 3. Educación; 4. Actividades personales, incluyendo trabajo; 5. Voz política y gobernanza; 6. Conexiones sociales y relaciones; 7. Medio ambiente, condiciones presentes y futuras; 8. Inseguridad, tanto de naturaleza económica como física". La comisión enfatiza: "Todas estas dimensiones configuran el bienestar personal y, sin embargo, muchas de ellas son ignoradas por las medidas convencionales del ingreso". Relacionado con esto, el informe señala que hay que mejorar sustancialmente los instrumentos de medición de varias de estas dimensiones, sin embargo, destaca los avances que se lograron en los últimos años y señala entre los ejemplos más destacados el Índice de Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Adicionalmente indica que medir y evaluar la sustentabilidad "implica el reto de determinar si, al menos, el nivel presente de bienestar se puede mantener para las futuras generaciones. Por su misma naturaleza, la sustentabilidad involucra el futuro y su evaluación incluye muchos supuestos y definiciones normativas. Esto todavía se complica más por el hecho de que, al menos, algunos aspectos de la sustentabilidad medioambiental, notablemente el cambio climático, es afectado por la interacción entre los modelos socioeconómicos y ambientales seleccionado por algunos países. El asunto, sin duda, es complicado, más complicado que el ya de por sí complicado asunto de medir el bienestar presente o el desempeño económico". Además el documento destaca las dificultades para identificar y medir los aspectos subjetivos de la calidad de vida personal y recomienda que en el ámbito medioambiental, hay que incorporar indicadores que permitan identificar "la proximidad de niveles peligrosos de daño ambiental, como el asociado al cambio climático o el agotamiento de los inventarios de pesca". Como es evidente atender las recomendaciones de la Comisión significa una verdadera revolución en los sistemas de planeación nacional, tanto en la definición de los objetivos nacionales, regionales y locales, como en la información y los indicadores necesarios para evaluar los niveles de cumplimiento; pero desde luego implica atender lo verdaderamente importante: el bienestar individual y la calidad de vida de una determinada comunidad. La Comisión propone afinar la puntería y dejar atrás las mediciones macroeconómicas que esconden burbujas y percepciones equivocadas provocadas por las especulaciones y las denominadas "fallas del mercado", como evidenció la actual crisis económica mundial; pero sobre todo, identificar los aspectos del desarrollo económico y el progreso social que verdaderamente impactan la calidad de vida de una comunidad.
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