Dos eventos de coyuntura han servido para ilustrar la creciente complejidad en la conducción del país: la trágica masacre de jóvenes en Ciudad Juárez y la inesperada e inexplicada renuncia del secretario de Gobernación a su militancia política. Ambos han merecido diversas reacciones e interpretaciones. Acerca de Ciudad Juárez, y en medio de la tragedia, parece empezar a asomarse una nueva mirada para encarar la violencia y parece entenderse que la seguridad no sólo implica presencia de la fuerza pública; que lo vivido allá alerta sobre considerar otras variables. El mundo de los buenos y malos ha dejado de ser útil para encarar la violencia. En ese contexto, quiero creer que relanzar la estrategia de combate significará repensarla. Ojalá se entienda que la reconstrucción del tejido social implica al menos dos cambios básicos en la estrategia: uno, alterar aquella premisa que privilegiaba la recuperación, por la fuerza pública, de territorios confesamente tomados por la delincuencia organizada, pues no parece bastante la fuerza para alterar o recuperar la presencia del Estado en una zona. Y, el otro, que la reconstrucción del tejido social pasa no sólo por la realización de obras de infraestructura, mejoras al equipamiento, construcción de nuevos espacios urbanos, etcétera, sino sobre todo por crear espacios amables y confiables. Mientras persista, como en Juárez, una desconfianza estructural hacia las autoridades (llámese Ejército, fuerzas federales o autoridades locales), mientras los ilícitos no se denuncien, será muy complejo avanzar en el combate. Construir ciudadanía en un entorno de extrema inseguridad y descomposición social es un reto formidable. Ojalá el relanzamiento de la estrategia vaya en serio y pueda involucrar a cada uno de los actores sociales involucrados, no sólo en Juárez sino en todo el país. Pudieran estarse sentando las bases de una verdadera política de Estado en la materia. Al tiempo. Pero, así como la emergencia en inseguridad parece estar generando las condiciones para pensar en una nueva etapa en la estrategia, las contingencias políticas parecen orillarnos al riesgo de una involución. Veamos. El secretario de Gobernación, figura prominente del PAN, renuncia a su militancia, si bien por causas no explícitas, parecen inocultables sus diferencias con la estrategia de su partido. No es frecuente que un ministro renuncie a su partido y conserve el cargo. Desde cierta perspectiva y dada la ambiciosa agenda de reformas propuestas por elEjecutivo, la no militancia podría fortalecier su interlocución con la oposición. Sin embargo, tampoco queda claro que así vaya a ser. Y esto por dos razones. Una, el pragmatismo de las coaliciones electorales parece privilegiar la agenda electoral por sobre los pactos legislativos y ello dificulta la confección de una agenda parlamentaria de largo aliento. No parece haber una lectura adecuada de los resultados de los recientes comicios. Al PAN parece importarle más enfrentar al PRI en algunas entidades, que sacar algunas de las reformas que el país reclama. En cualquier caso, se complican los acuerdos. Y, la otra: en los diferendos entre el titular de Gobernación y la dirigencia del PAN, aún no está claro cuál es la posición del jefe del Ejecutivo. Porque no está siendo sencillo administrar dos agendas disímbolas: el pragmatismo que urge de triunfos a cualquier precio, y la negociación de reformas (no sólo políticas) que requieren muy diversos actores, pero siempre estarán marcadas por la aritmética legislativa. En lo de Juárez, la conmoción por la muerte de los jóvenes parece estar abriendo la puerta para repensar los cómos del combate. La emergencia ayuda. En el caso de las reformas pendientes, las materias están claras desde hace tiempo, lo que se está diluyendo cada día más son los cómos. La contingencia, sin duda, no ayuda.
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