Las reformas con las que nos ha azotado el poder público en los últimos años han sido verdaderamente letales, y esto comenzó cuando el gobierno quiso lavar sus culpas criminales del 68 yendo para “arriba y adelante”, mediante una multiplicación histérica de reformas que sólo lograron llevarnos “para abajo y para atrás”, empujando al país a una masacre económica que se ratificó cuando íbamos a “administrar la abundancia” y acabamos con reformas bancarias que nos condujeron a la vergüenza, al ridículo y a la crisis económica y financiera más grave que había enfrentado el país, para después llevarnos a través de la mediocridad, inflación y descapitalización, al desmantelamiento de la economía, que llegó a su clímax cuando las reformas para la privatización y globalización resultaron finalmente un trinquetazo para repartirse bancos, concesiones, aeropuertos, puertos, comunicaciones, telecomunicaciones y de todo lo que las burocracias pudieran apoderarse, vender o subastar, para de ahí sacar riquezas fabulosas, así como las comisiones y coimas que son tan propias de la vida pública vernácula. En esa debacle de reformas llegamos a los “errores de diciembre”, que nos han mantenido hasta la fecha en los últimos lugares de crecimiento en América Latina, y que propiciaron las reformas políticas de “la alternancia”, que han resultado otro fiasco monumental que dio lugar al regreso abrumador de las fuerzas políticas del pasado, que se han ido imponiendo frente al fracaso de los “camaleones alternantes”, que resultaron peores que aquellos a los que quisieron suplantar. En esta cadena infinita de reformas y fracasos, lo que iba a ser la reforma que propiciaría la alborada democrática se ha convertido en un sistema de compra de votos y de competencias mediáticas dignas de cualquier show de escándalo, mientras las reformas de seguridad y justicia han aniquilado a la sociedad mexicana, destruyendo su imagen a nivel mundial y propiciando una psicosis social. A la reforma económica para la creación de empleos, ya mejor ni mencionarla, y en cuanto a la reforma fiscal, hasta sus propios promotores han reconocido las dimensiones de su fracaso, para que ahora nos asesten una nueva reforma política y electoral que no dejará títere con cabeza y que está excitando a todas las facciones del poder para lanzarse unas contra otras, como el más depurado legado del fracaso político que hemos vivido. Sería muy recomendable que todos estos reformadores reformaran sus malos hábitos y contuvieran su proclividad cleptómana y cínica con la que han tratado al pueblo, que verdaderamente se acongoja ante la amenaza de cualquier reforma que provenga de estos próceres, porque en una de esas puede que sí logren darnos la puntilla y aniquilar a este infortunado país, que debe tener una fuerza extraordinaria, porque a pesar de sus dirigentes y sus reformas todavía se sostiene y trata de salir adelante a duras penas, mientras encontramos la fórmula para reformar a nuestros reformadores. Frente a esta ácida realidad, y para que no se nos tache de catastrofistas que nada proponen y sólo critican, les sugerimos humildemente al poder público que contenga sus ansias reformadoras y se tome el tiempo para escuchar las verdaderas necesidades y las propuestas de una sociedad que sabe perfectamente dónde están los problemas y a diario lo señala, pero que su voz nunca puede subir a las alturas del poder porque los intereses de quienes detentan al país son radicalmente contrarios a los de la inmensa mayoría de los mexicanos. Esa sociedad tan agraviada quiere un cambio radical en seguridad y justicia que obligue a los cómplices y a los encubridores del delito a que rindan cuentas y cumplan o se vayan; también exigen que contengan a los saqueadores del país y al monopolio educativo oficial con sus cómplices sindicales, para así salir de los últimos lugares en el mundo que hoy ocupamos, y que la transparencia y la rendición de cuentas de los fondos públicos que hoy dilapida el gobierno sea la verdadera reestructuración fiscal que tanto urge. Como corolario de estas necesidades, la inmensa mayoría de los mexicanos quiere que termine el oligopolio partidista, para que más de la mitad de los electores que ya no votan puedan reincorporarse a la vida pública del país. Para que todo esto se logre, necesitamos una sociedad civil independiente, unida y comprometida; y para ello estamos trabajando.
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