Ojalá no repitamos nunca la letra del famoso danzón al pensar en la tragedia que vive Ciudad Juárez. Ojalá nunca digamos en tono lastimero "porque si Juárez no hubiera muerto... todavía viviría". Gritemos "¡Ciudad Juárez no debe de morir!" Y no la salvará el traslado de los Poderes estatales a ese sitio hundido en el dolor y la amargura, ni la llegada de hoy del Presidente de la República, ni mucho menos la reciente visita del Secretario de Gobernación en la que recibió de sus doloridos habitantes una justa andanada de quejas e imputaciones. Planes, planes y planes, equivalente a la hamletiana expresión de "palabras, palabras y palabras". Proyecto tras proyecto. Buenos propósitos que por nunca realizarse son malos propósitos. Esos jóvenes vilmente asesinados son el reflejo de una mala política hasta en la información. ¡Hay que ver!... Es lamentable que Gómez Mont haya tenido que pedir disculpas a nombre del Gobierno por lo que dijo, por lo que mal dijo, el Presidente al confundir a los jóvenes víctimas de la sangría con involucrados en el narcotráfico y la delincuencia organizada, que indiscutiblemente va venciendo día con día, paso a paso, al Gobierno desorganizado. Pero el Secretario de la Defensa le acaba de refrendar su lealtad constitucional al Presidente al conmemorar el pasado día 9 "La Marcha de la Lealtad", refrendando igualmente una política equivocada y empecinada, sin resultados concretos que reclama desesperado el pueblo. Hay que recordar, para no equivocarse, que el 9 de febrero de 1913 los cadetes del Heroico Colegio Militar fueron leales con el Presidente Madero en otras circunstancias y condiciones, escoltándolo hasta Palacio Nacional cuando la sublevación de Félix Díaz y del General Manuel Mondragón; episodio sobresaliente que Díaz Ordaz quiso grabar entre los días fastos del calendario patrio llamándolo "La Marcha de la Lealtad". Yo no discuto la lealtad institucional de las Fuerzas Armadas a su Jefe nato, pero discrepo de que no haya nubarrones en el porvenir. Los hay en el porvenir y en el presente, y más que nubarrones hay tormenta. La nave va por mal rumbo. No naufragaremos, no, pero el pueblo soberano está muy descontento con la política oficial. Desde luego el ejército lo mismo que la marina tienen la obligación de reconocer en el Presidente a su Comandante Supremo. Sin embargo ello no conlleva el implícito asentimiento a todo lo que dice y hace. Otra cosa es la obediencia militar. El hecho es que a las fuerzas armadas se les ha encomendado una tarea que no determina de modo preciso la Constitución. Su función es otra y aunque el Secretario de la Defensa apoye lo decidido por el Presidente, obedeciéndolo, esto no significa que se vaya por buen camino. Sea quien sea el Presidente las Fuerzas Armadas le deben acatamiento (sumisión y respeto) lo que no representa convencimiento (aceptación racional). La del Secretario de la Defensa ha sido una declaración oficial.
Ahora bien, no creo que se trate de dividir a las Fuerzas Armadas, que de suyo son indivisibles por la disciplina. A ellas no hay que convencerlas de que asuman comportamiento diferente, ya que su obediencia no se halla sujeta a convencimiento de ninguna clase. De lo que se trata en cambio es de participar como gobernados, siendo que el clamor popular en Ciudad Juárez pide, demanda, exige, algo muy distinto a un traslado de Poderes y de visitas presidenciales de emergencia. Que el Presidente vea, constate y atestigüe, me parece importante, positivo. Pero es apenas el inicio, el primer paso. Sería seguramente más efectiva una orden determinante, clara, específica, que comenzara por rectificar la política que en materia de seguridad pública hoy impera. Ciudad Juárez es un ejemplo dramático del fracaso de esa política. Lo que desconcierta, molesta y agravia es que no vemos la más mínima posibilidad de un cambio. Al contrario, hay un empecinamiento en seguir el camino equivocado. El Presidente constatará hoy la presencia de lágrimas, sudor y sangre. Dará fe de lo que su política ha hecho en Ciudad Juárez. ¿O sólo lo han hecho los malhechores? Algo de eso insinuó Gómez Mont. Suponerlo o afirmarlo sería tanto como admitir que el Gobierno se ha cruzado de brazos. Y no es así, aunque el resultado o los resultados abrumen con su peso de tragedia griega. ¿Y qué les puede ofrecer el Presidente a los damnificados? Es que no hay coherencia entre el discurso y la acción. Non verbis, sed in rebús est (Séneca). En efecto, no palabras sino acciones. Lo evidente es que ciertas palabras valen más, mucho más, sin van seguidas de hechos. Ya basta de mesas de análisis y estudio. En Ciudad Juárez, ¡por Dios!, hay una emergencia. Que se deje a un lado lo que le saca la vuelta a la tragedia.
Ojalá nunca digamos "Ciudad Juárez no debió de morir, ¡ay!, de morir". Sería nuestra responsabilidad como sociedad civil haberla dejado morir. Por último, frente a las grandes catástrofes y dramas el instinto de solidaridad impulsa a muchos a dar ayuda material. No está mal, pero más sirve asumir el papel que nos corresponde de pueblo soberano, que ha depositado parte de su soberanía en sus gobernantes que lo representan, y pedir cuentas claras a éstos preguntándoles qué han hecho, qué van a hacer inmediatamente, para remediar los efectos terribles del suceso espantoso (y determinar sus causas), el último de una larga serie, que cayó sobre ellos igual que un rayo.
Ahora bien, no creo que se trate de dividir a las Fuerzas Armadas, que de suyo son indivisibles por la disciplina. A ellas no hay que convencerlas de que asuman comportamiento diferente, ya que su obediencia no se halla sujeta a convencimiento de ninguna clase. De lo que se trata en cambio es de participar como gobernados, siendo que el clamor popular en Ciudad Juárez pide, demanda, exige, algo muy distinto a un traslado de Poderes y de visitas presidenciales de emergencia. Que el Presidente vea, constate y atestigüe, me parece importante, positivo. Pero es apenas el inicio, el primer paso. Sería seguramente más efectiva una orden determinante, clara, específica, que comenzara por rectificar la política que en materia de seguridad pública hoy impera. Ciudad Juárez es un ejemplo dramático del fracaso de esa política. Lo que desconcierta, molesta y agravia es que no vemos la más mínima posibilidad de un cambio. Al contrario, hay un empecinamiento en seguir el camino equivocado. El Presidente constatará hoy la presencia de lágrimas, sudor y sangre. Dará fe de lo que su política ha hecho en Ciudad Juárez. ¿O sólo lo han hecho los malhechores? Algo de eso insinuó Gómez Mont. Suponerlo o afirmarlo sería tanto como admitir que el Gobierno se ha cruzado de brazos. Y no es así, aunque el resultado o los resultados abrumen con su peso de tragedia griega. ¿Y qué les puede ofrecer el Presidente a los damnificados? Es que no hay coherencia entre el discurso y la acción. Non verbis, sed in rebús est (Séneca). En efecto, no palabras sino acciones. Lo evidente es que ciertas palabras valen más, mucho más, sin van seguidas de hechos. Ya basta de mesas de análisis y estudio. En Ciudad Juárez, ¡por Dios!, hay una emergencia. Que se deje a un lado lo que le saca la vuelta a la tragedia.
Ojalá nunca digamos "Ciudad Juárez no debió de morir, ¡ay!, de morir". Sería nuestra responsabilidad como sociedad civil haberla dejado morir. Por último, frente a las grandes catástrofes y dramas el instinto de solidaridad impulsa a muchos a dar ayuda material. No está mal, pero más sirve asumir el papel que nos corresponde de pueblo soberano, que ha depositado parte de su soberanía en sus gobernantes que lo representan, y pedir cuentas claras a éstos preguntándoles qué han hecho, qué van a hacer inmediatamente, para remediar los efectos terribles del suceso espantoso (y determinar sus causas), el último de una larga serie, que cayó sobre ellos igual que un rayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario