martes, 23 de febrero de 2010

LOS LINCHAMIENTOS SON OTRA LLAMADA DE ATENCIÓN

JESÚS CANTÚ

Tras robarse violentamente un taxi, el jueves 18 de febrero un joven de 17 años de edad fue linchado y quemado en Salina Cruz, Oaxaca, por un grupo de taxistas que reaccionaron de esa forma en defensa de su compañero. En noviembre del año pasado, hace poco más de tres meses, los choferes habían denunciado a las autoridades la ola de asaltos en la región, sin embargo, éstos continuaron en un promedio de dos a tres diarios, hasta que los taxistas se hartaron y se hicieron justicia por su propia mano. Pero en la región del Istmo de Tehuantepec los linchamientos también son comunes, en los últimos cinco años se tienen registrados tres: uno en marzo del 2005, en Magdalena Tequisistlán, donde lincharon a un policía por haberle disparado a un taxista; otro en enero de 2007, en Tierra Blanca, municipio de San Blas Atempa, donde apedrearon a un asaltante; y este último, el pasado jueves, en Salina Cruz, donde lincharon y quemaron a Jordi Alberto Gómez Ortega de 17 años, que previamente había despojado de su auto a un taxista, a quién también había herido en el hombro con un arma blanca. Particularmente los choferes se quejan de la inseguridad y a pesar de que denuncian e identifican a sus victimarios, éstos no son sancionados; pero según Jorge Alberto Quezada Jiménez, director de Seguridad Pública del Estado, los sucesos son producto de "...la falta de tolerancia, poca paciencia en la gente que provocó que se hiciera justicia por su propia mano..." Bajo ninguna circunstancia se puede justificar la barbarie; pero las declaraciones de Quezada Jiménez son irritantes, no puede hablar de falta de paciencia, cuando él mismo reconoce que no han podido frenar la ola criminal. Pedirle paciencia a esa población es prácticamente condenarlos a aceptar la delincuencia y resignarse a vivir con ella y tolerarla. Los linchamientos son la expresión más brutal de la impotencia. Lo lamentable es que éstos se vuelven cada día más comunes y no se limitan a una región del país. Basta recordar que el 23 de noviembre de 2005 el país entero presenció en televisión nacional, en vivo y a todo color, el linchamiento de dos policías federales en la delegación Tláhuac del Distrito Federal. Los hechos conmovieron a la opinión pública nacional, pero al final la respuesta de la autoridad fue meramente mediática: al día siguiente de los hechos la entonces Policía Federal Preventiva realizó un espectacular operativo en la zona para detener a cuanto sospechoso se les apareció, muchos de ellos fueron liberados varios meses o años después, por los jueces ante la falta de pruebas; el entonces presidente Vicente Fox removió al entonces Secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, y fuera de eso poco o nada se hizo. En aquel entonces escribí: "Hechos similares, también con pérdidas de vidas humanas, se han sucedido en varios estados de la república mexicana: Estado de México, Morelos, Oaxaca, Chiapas, Guerrero y muchos más, conforme a los recuentos que han hecho los distintos medios de comunicación en los últimos días. El Distrito Federal, particularmente en la zona sur: Tlalpan, Álvaro Obregón, Gustavo A. Madero, Milpa Alta y la misma Tláhuac, había sido escenario de actos de barbarie en el pasado, sin embargo, nada se había hecho para evitarlos. La práctica es tan común que los ciudadanos lo advierten abiertamente y ya tienen formas de convocarse de emergencia. En Santa Rosa Xochiac, en la Delegación Álvaro Obregón, hay mantas desplegadas en las calles que advierten: "Toda agresión a alguno de nosotros lo pagarás al doble: piénsalo". En San Lorenzo Tlacoyuca, Delegación Milpa Alta, las campanas de la iglesia repicaron para convocar a la gente a la plaza para linchar a un hombre que intentó robarse un reproductor de DVD y una grabadora de la Casa de la Cultura del pueblo. Pero así se pueden reconstruir varias docenas de precedentes, que lo único que demuestran es que la ciudadanía harta de la delincuencia y la incapacidad, complicidad o tolerancia de la autoridad decide tomar la justicia por su cuenta." Ya pasaron más de cuatro años de aquéllos acontecimientos y todo sigue igual. Los linchamientos surgen a partir de actos de la delincuencia común, la que normalmente ni siquiera porta armas de fuego, eventualmente alguna arma blanca o una pistola de calibre menor. La población reacciona violentamente contra el delincuente aislado o el grupo de delincuentes desarmados, no contra la delincuencia organizada o el narcotráfico, éstos los paralizan. Así que la persistencia de los linchamientos es una clara manifestación de que la autoridad tampoco puede frenar a la delincuencia común; la impunidad también campea en éste ámbito y desnuda también las debilidades de las policías. Aquí no enfrentan a grupos delictivos organizados y con armamento sofisticado, sino delincuentes improvisados o consuetudinarios pero aislados y desarmados, que viven de lo ajeno merced a la incapacidad, complicidad o tolerancia de las autoridades. Las ejecuciones de jóvenes en Ciudad Juárez y Torreón conmocionaron a la opinión pública nacional, entre otras razones por la movilización presidencial y el despliegue que recibieron en los medios masivos de comunicación; pero los linchamientos de delincuentes son igual o más preocupantes, pues muestran como ante la incapacidad del Estado por garantizar la seguridad volvemos a la ley de la selva, la sobrevivencia del más fuerte. Así, aunque duela, son otra manifestación del "estado fallido".

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