Muchos cocineros hacen mal la sopa. Eso fue lo que sostuve en mi entrega pasada para argumentar que en materia del combate al narcotráfico se requiere un solo mando. Lo que ahora deseo es desarrollar esta idea con más detalle. ¿Dónde colocar este mando único? Doy por sentado que tiene que ser civil y sujeto al sistema de rendición de cuentas, transparencia y tribunales sin ningún tipo de fuero y debe ubicarse en una nueva Secretaría del Interior. ¿Cómo debería establecerse dentro de esta nueva secretaría? Tendría que constituirse una agencia integrada por un cuerpo de agentes élite, con experiencia en el combate al narcotráfico. Este personal ya existe, de manera dispersa, en el gobierno federal. La idea sería agruparlo y dotarlo de una estructura apta para combatir un fenómeno criminal que rebasa, con mucho, cualquier otra actividad de seguridad pública o de seguridad interior, realizada por las actuales dependencias del Estado mexicano. Ninguna de las secretarías está ideada o pensada para combatir al crimen organizado como hoy se despliega. Esta nueva agencia debería de organizarse como un cuerpo policial, con reglamentos de disciplina y con mandos operativos que tuvieran un control puntual de funciones y facultades, que permitiera fijar objetivos de desempeño medibles para evaluar, por resultados, a cada uno de sus integrantes. El área más importante de esta agencia sin duda sería la de inteligencia. Es mucho más importante poder pensar bien las cosas que propiamente actuar en esta materia. Una mala decisión puede costar muchas vidas humanas y crear secuelas irreversibles. En el área de investigación lo fundamental y quizá lo que pueda tener más éxito y mejores resultados en el corto plazo, es atacar la economía y las finanzas del crimen organizado. Para este combate no se requiere poder de fuego sino solamente poder de inteligencia para identificar la ruta del dinero, que es el corazón de la actividad criminal. Estamos hablando de que sus operaciones implican en México, entre 20 y 30 mil millones de dólares por año. Nadie puede pensar que ese dinero está debajo de los colchones. Por el contrario: se encuentra de alguna manera en nuestra economía que lleva aparejada una alta complicidad de todo tipo y no solamente de funcionarios, sino también de particulares. El sistema de inteligencia tendría como objetivo principal identificar puntualmente el origen, el destino y, por consecuencia, la ubicación de ese dinero. Con esa información ministerios públicos y jueces requerirían en vez de armas de fuego, órdenes judiciales para congelar cuentas bancarias, intervenir negocios o quitarles a los delincuentes operadores de este gran negocio, el dominio de sus bienes. Precisamente para eso acabamos de promulgar la Ley de Extinción de Dominio. Encontrar las fuentes de financiamiento se convierte en un elemento fundamental del éxito en este combate, pero no solamente se necesita saber qué hacen con el dinero los narcotraficantes y dónde lo guardan, sino entender de una manera más amplia la economía del narcotráfico, es decir, cómo operan y se mueven los mercados, hasta dónde llegan sus efectos, cómo se entrelaza con nuestra economía formal y qué repercusiones tienen con las economías de nuestros vecinos. El asunto que no puede excluirse de este análisis, es el impacto que tendría permitir, bajo ciertas circunstancias, la venta de algunas drogas como lo han planteado especialistas y un grupo de ex presidentes latinoamericanos. No hay manera de lidiar con este mal si no es atacando su resorte más fuerte que es su economía, independientemente de los operativos en campo que de cualquier manera deben llevarse a cabo con puntualidad. Reitero, lo que puede dar con la clave del éxito en el combate al narcotráfico, es una organización élite con un mando único, arropado por una Secretaría del Interior, que enfoque buena parte de sus esfuerzos a atacar la economía del narcotráfico. Una anécdota histórica: el Día D en la Segunda Guerra Mundial tuvo muchas características para su éxito, pero son dos las más destacables: un mando único de las fuerzas aliadas —el general Eisenhower— y un sistema de inteligencia que hasta el estado del tiempo pudo prever.
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