La película Invictus logra, con unos cuantos trazos, ir al fondo de una de las grandes obras de la política: la reconciliación entre Nelson Mandela y F. W. De Klerk que puso fin al régimen del apartheid y que hizo posible la victoria del líder del Congreso Nacional Africano. La película narra un episodio que ocurre al inicio del gobierno de Mandela. En Sudáfrica, el rugby era un deporte de los blancos. En consecuencia, los negros siempre apostaban en contra del equipo nacional. Mandela capta en ello una oportunidad política. Si convertía el triunfo del equipo en una victoria de todos, contribuiría a la reconciliación de su país. Decide apoyar al equipo de sus antiguos adversarios, pero para ello debe primero lograr que los suyos se salgan de la lógica de la confrontación y que, unos y otros, se unan en un propósito nacional común de ganar el campeonato mundial. La tarea enfrenta todas las dificultades. ¿Cómo convencer a los suyos de que, ya teniendo el poder, deberían ser generosos? ¿Cómo lograr que los blancos se salieran de su burbuja para ir a los barrios de los negros? ¿Cómo sacar de cada uno de los jugadores lo mejor de sí mismos? Mandela aparece como el visionario que prefigura lo que otros no veían. Como el pedagogo que, con el peso de su autoridad moral y la consistencia de sus argumentos, termina convenciendo a unos y otros de la legitimidad de su propósito. Nelson no se queda en la complacencia del aplauso; por el contrario, para hacer avanzar su propósito está dispuesto a ir en contra de las posiciones excluyentes de sus partidarios. Tiene tanta confianza en la justicia de lo que persigue que resiste todo. Soporta 27 años de cárcel, sin amargarse. Enfrenta abucheos masivos, con una sonrisa. No pierde el rumbo. No especula. Persiste. Alcanza. Vence. Hace, de su victoria, una victoria de su pueblo. Su fortaleza interna es tan grande que, aún trayendo sobre sus espaldas la carga de gobernar un país dividido, es amable hasta con los guardias que antes lo acosaron. Es sereno, respetuoso, generoso. Aparece como un hombre de poder que tiene bien desarrollada su capacidad de autocontención. No se deja arrastrar por el faccionalismo: aprende a trabajar con todos. Es un gobernante que no crea expectativas falsas; no miente. Lo único que pide es un compromiso sincero de los demás con lo que él ofrece. Tiene el cargo más alto, pero no deja de comportarse como un ciudadano. Al ver la película, recordaba el día en que conocí a Nelson Mandela. Fue en ocasión de una ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad y de la medalla correspondiente. Al mirarlo, no me atreví a imponerle una medalla. Le pedí que él fuera quien la pusiera sobre su pecho. Así fue porque estaba frente a un ser humano admirable que, contra todas las adversidades había mantenido su determinación de luchar en favor de la libertad y la justicia y que había tenido el talento para lograrlo. Entonces pensé que estaba ante un verdadero líder que ahora la película nos presenta.
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