jueves, 5 de noviembre de 2009

LA FE EN LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

En artículo precedente escribí acerca de la importancia de que el abogado tenga fe en los tribunales de justicia. Desde luego hay que convencerlos con los alegatos y argumentación, con la doctrina expuesta -"opio doctorum"- y jurisprudencia citada. Sin embargo sería un juego abominable de litigio persistir en la lucha por el Derecho sin la fe imprescindible en los jueces, de lo que por cierto habla admirablemente Piero Calamandrei en esa joya literaria y jurídica que es el "Elogio de los Jueces Escrito por un Abogado". Es por eso que el litigio debe estar libre de toda posible intromisión ajena al razonamiento jurídico. Lo anterior significa que la altercación en juicio no se dirige a las personas, a los individuos, ya se trate de los propios altercadores, de los jueces, magistrados o ministros. A través de la historia y en las culturas del más alto nivel el progreso social y espiritual se ha debido no al enfrentamiento entre los hombres sino entre las ideas. Los hombres no se tocan, las ideas debaten. Si lo dicho se lograra sin interferencias de ninguna clase no habría resentimientos en el ejercicio del Derecho ni tampoco en el de la política. "Amicus Plato sed magis amica veritas" (Soy amigo de Platón pero más es mi amiga la verdad), frase citada por el famoso gramático griego Ammonio en "La Vida de Aristóteles" y que yo a mi vez cito con una observación que va de por medio, a saber, que prefiero decir "mi verdad". En efecto, a la verdad se llega con "la verdad de uno", depurándola, confrontándola con otras verdades. El abogado no pregona en un tribunal que él es depositario de "la" verdad porque si lo fuera ya estaría entonces la cosa juzgada. Para mí que el tribual y el abogado buscan la verdad, anhelan la verdad utilizando la dialéctica permanente del Derecho y su confrontabilidad. Hemos recurrido a los tribunales con fe en ellos. ¿Fe en qué? En que aplicarán e interpretarán sabiamente la Constitución y las leyes que emanan de ella respetando su orden jerárquico -la famosa pirámide de Kelsen- sin alteraciones sinuosas con que se pretenda alterarlo. Y sobre todo recurriendo a la jurisprudencia con la cautela que aconseja valorar los distintos criterios. Sería incongruente enseñar el Derecho en la Facultad, escribir libros, dictar conferencias, nada más porque sí, sin el menor asomo de coherencia y honestidad, o sea, sin creer en los tribunales que imparten justicia. Esto implicaría incluso hipocresía. Un juicio, un proceso, es un escenario en que las partes ocupan su sitio al amparo del Derecho. Es decir, la persona humana se cubre, que no se oculta, con el escudo de la ley. El amor propio, la soberbia, el engreimiento, han de ser descartados de ese escenario. La vanidad es enemiga de la verdad jurídica. Y ya que me he referido a Calamandrei en su admirable libro vale la pena recordar el binomio esencial abogado-juez que en un solo cuerpo concentra en sí la dialéctica de la litis. En otros términos, la justa composición de un juicio depende de que el fiel de la balanza se ubique en un perfecto equilibrio ("aequitas"). Y aquí de nueva cuenta me remito a Calamandrei, quien ha escrito: "Para encontrar la justicia es necesario serle fiel: como todas las divinidades, se manifiesta solamente a quien cree en ella". Yo hago votos porque nuestra fidelidad y lealtad a la justicia, nuestra fe en ella y en los tribunales que la imparten, signifique en el juzgador desentrañar la substancia de la norma jurídica, tal vez no llevando al extremo la equidad como justicia natural por oposición a la letra de la ley positiva. No, no se trata de oposición sino de combinación de ambas que no tienen por qué reñir. Lo evidente es que por sí sola la letra de la ley es un mero emplasto, y la justicia natural una utopía -un deber ser- en el mundo en que vivimos. Al respecto y a lo que aspiramos todos, abogados y jueces, es a que el deber ser -la estrella orientadora de Stammler- se transforme en ser. Ojala que sin personalizaciones obscuras, atendiendo única y exclusivamente a la razón del Derecho, se dilucide acerca de los intereses en pugna. Cuando la justicia y el Derecho hablan ("Ius Semper Loquitur") nada sobra ni nada falta. Cuando la justicia se manifiesta porque creemos en ella el Estado se consolida, los hombres liman sus asperezas y aplacan sus pasiones con la verdad.Eso deseamos y por eso hemos recurrido a los tribunales.

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